ESCRIBO SIN QUERER
Escribo sin querer. Y para querer ser leído, escribo.
Escribo como quien lee sin porqués ni para qués. Escribo por ustedes y sin ustedes. Escribo lo que escribo sabiendo que podría escribir otra cosa, pero lo que quiero escribir es lo que escribo. Escribo por necesidad física y mental. Por el deseo de hacerlo, por dar rienda suelta a mis deseos cumplidos y a los eternamente sin cumplir. Escribo frases cortas y frases sin fin. Escribo con palabras y palabros. A veces puntúo incorrectamente de modo intencionado y otras correctamente (sin intención alguna). A veces pongo los puntos sobre las íes y en otras ocasiones puntúo lo que escribo del uno al diez sin saber si uno es mucho o diez es poco.
Escribo palabras que no son palabras, como follder, fulanear o fostiar y que no deben buscar en el diccionario porque son inventadas. También escribo palabras que son palabrotas, como cabrón, cabronazo, cabrito o cabra y que, cuando empleo, nunca aluden al sustantivo animal sino que adjetivan al ser humano que se comporta como si no fuera humano ni tampoco el animal que con orgullo biológico recibe tal nombre.
Escribo por la necesidad que tengo de hacerlo y cuando lo hago por encargo, siempre recibo remuneración en forma pecunia, que también necesito por razones alimenticias (como supongo también ustedes necesitarán y por eso trabajan en lo que trabajan o se dedican a lo que se dedican, que no es lo mismo). Si en alguna ocasión recibo la oferta de escribir sin contraprestación económica, jamás acepto el encargo de hacerlo. Y si respondo negativamente, no lo hago por norma, sino por respeto. Si digo no a una oferta, digo sí a todas (a todas las que sean remuneradas, aclaro). El respeto es algo esencial a la hora de escribir. Puede que sea el respeto la razón que justifique escribir lo que escribo, cuando lo escribo y como lo escribo. El respeto hacia mí mismo en primer lugar (el burro delante para que no se espante) y el respeto hacia ustedes como lectores que merecen todo mi respeto como personas lectoras y ciudadanos cívicos (por este orden). Pero sobre todo escribo por respeto a la palabra. Porque es la palabra lo que nos distingue unos a otros por encima de raza, etnia, condición social, creencia, religión o confesión política que se practique de la forma en la que se practican las confesiones políticas (que nunca he tenido muy claro el modo formal en el que deben practicarse). Sobretodo, escribo porque la palabra nos distingue (en el amplio sentido de la palabra) de nosotros mismos.
En definitiva, escribo por respeto a la palabra dada, y como el año pasado di mi palabra de volver en el 2017 a escribir para ustedes, aquí estoy. Aunque debido a que el precio de la palabra cotiza al alza en el mercado de valores humanos, he decidido restringir a los domingos la publicación de artículos en el blog “Nada que objetar”. Deseo que sigan siendo fieles a su lectura y si tienen algo que objetar, pueden hacerlo libremente y de la manera que se les antoje. Eso sí, siempre a través del uso de la palabra, claro.