EL SÍNDROME CAMILO SESTO
En ocasiones nos vemos obligados a renunciar a aquello que es ilegal, es inmoral o engorda. Yo, por ejemplo, estoy obligado a renunciar al marisco. No porque no desee de todo corazón zamparme unos carabineros a la plancha o una gambas rojas de Huelva. Si no lo hago, es por prescripción facultativa moral y también por intolerancia gastrointestinal física. Según entra el marisco por la boca, también sale y además por el mismo sitio aunque no de igual forma ni en igual consistencia (perdón por la ilustrativa ejemplificación escatológica).
Otra renuncia obligada: Gracias a mi altura de metro y ochenta y seis centímetros fui una promesa en el deporte del baloncesto desde mi más tierna adolescencia hasta mi juventud más lozana. De jugar como pivot en las canchas del instituto, pasé a pivotar (literalmente hablando) por los parquets de pabellones de diferentes equipos de cuarta regional. Y cuando estaba a punto de dar el salto (también literalmente hablando) al mundo del basket profesional, me vi obligado a renunciar a causa de una rotura fibrilar del gastrocnemio inferior izquierdo que me mantuvo paralizado en el banquillo (en cama, quiero decir) durante seis meses y alejó para siempre mi determinación de llegar a ser el deportista de altura que ansiaba ser.
Último ejemplo de renuncia obligada: Desde siempre, se me dio muy bien el trato con las personas, especialmente con las más desfavorecidas a quien trataba de ayudar en todo lo que estuviera en mi mano. El deseo de ayudar al prójimo como a mí mismo tornó en vocación y estudié la carrera de medicina durante los años exigibles llegando a realizar inclusive las prácticas correspondientes en el hospital de mi ciudad capital de provincia. De repente un día, asistiendo en cuerpo presente como asisten los residentes de cirugía a una operación a corazón abierto, caí desplomado ante la visión de un chorro de sangre que emanó de la arteria coronaria derecha del órgano vital del paciente encamillado. Nada más recuperar la consciencia, presenté de inmediato mi baja al cuerpo médico hospitalario y me hice vegano de pies a cabeza.
Son muchos los ejemplos en los que nos vemos obligados a renunciar por causa de fuerza mayor a aquello que nos gusta, creemos que mejor nos sienta o más queremos sin hallar razón para ello. Y en el asunto de encontrar al amor de mi vida, no iba a ser menos que con el marisco o la hemofobia.
Tal y como dice Camilo Sesto, “siempre me traiciona la razón y me domina el corazón, no sé luchar contra el amor. Siempre me voy a enamorar de quien de mí no se enamora y es por eso que mi alma llora ”. Si al menos pudiera consolarme comiendo arroz con bogavante, pero ni con esas. Perra vida.