VENCER AL HUMOR
El humor es un arma de destrucción masiva. Ya lo decía Miguel Gila en sus extraordinarios monólogos disfrazado de militar cabo chusquero: “¿Está el enemigo? Que se ponga”. Hoy por hoy, el enemigo no se pone al teléfono, porque no tiene sentido del humor, ni tampoco sentimiento alguno.
En la guerra de la vida, el humor pierde cada día una batalla, por no decir, todas. Las defunciones producidas por el armamento químico de las sentencias judiciales por contar chistes de fascistas muertos hace más de 40 años, las bombas de racimo lanzadas por la crisis económica y las minas antipersona del paro y el desempleo, están creando más bajas a la alegría de vivir que el difunto Adolf Hitler cuando vivía entre los vivos (que ya dudo que esté muerto sino está reencarnado en cientos de pequeños fascistas repartidos por las instituciones democráticas de todo el planeta tierra, incluyendo mi querida España, esta España viva, esta España muerta).
El sentido del humor tiene sentido cuando la vida da visos de no tener sentido alguno (lo que ocurre con más frecuencia de lo que parece). Si no fuera por la risa, la sonrisa o la carcajada, nada de lo que sucede a nuestro alrededor valdría la pena (“valer la pena”, otra expresión a la que merece dedicarle un artículo. Me lo apunto para el próximo domingo).
A lo que voy. Es difícil sonreír cuando la vida no te sonríe. Y aún más difícil hacer chistes cuando la propia vida es una broma de mal gusto. Aunque pase lo que pase y por mucho que lo impida la autoridad competente (e incompetente), siempre sobrevivirá el humor del bueno. Ese humor que nos hace expulsar unas gotas de orina de pura incontinencia, por el que somos capaces de derramar lágrimas sin pena alguna y genera un dolor de tripa e incluso una lesión muscular en la región maxilofacial. Ése es el humor por el que merece la pena vivir, o incluso todo lo contrario. Y como ejemplo, las últimas palabras del diácono San Lorenzo que cuando era martirizado en una parrilla a fuego lento, allá por el siglo III, se dirigió a su verdugo mientras ardía vivo y le dijo: “Dame la vuelta que por este lado ya estoy asado”.
Esperemos no tener que llegar al extremo de nuestra existencia para demostrar que pasar a mejor vida resulta tener más gracia que la vida que disfrutamos ante nuestros ojos (y oídos).
Por eso les aconsejo a todos que se rían de todo, y sobretodo de sí mismos. Ríanse todo lo que puedan, aunque se lo impida la ley. Ríanse porque quien hace la ley, hace la trampa.
Ríanse, y a vivir que son dos días (tres como mucho).