SOMOS LO QUE SOÑAMOS
Me gustaría ser el escritor más leído del mundo. Casi tanto como mi admirado García Márquez, Mendoza o Bolaño. O incluso como Mario Vargas Llosa, a quien no admiro en nada como persona, pero reconozco su talento para seducir a cientos de miles de mujeres maduras (empezando por la suya) y que leen sus novelas sin recordar dónde pusieron el marcapáginas la última vez que tuvieron un libro suyo entre las manos.
También me gustaría ser como Peter North, famoso actor porno que lleva años levantándose cada día de la cama con la (…) dura labor de levantar a su vez la moral a miles de hombres necesitados de motivación extrasensorial.
Por supuesto que ser como Mark Zuckerberg, Steve Jobs o Bill Gates es otro de mis sueños por cumplir. Esta aspiración la comparto con los miles de millennials, a quienes supero en edad y en otras muchas cosas (casi todas para mal).
Me encantaría vivir en las mansiones donde viven Tom Hardy, Michael Fassbender o Christian Bale, mis actores de cine favoritos. Daría mi mano derecha por cenar en una patisserie de Montparnasse con Marion Cotillard, Cate Blanchett o Tilda Swinton, mis actrices favoritas (a ser posible compartiendo mesa con las tres a la vez)
Ser como….tener como…. vivir como… son anhelos que asaltan nuestra mente e invaden nuestra serenidad con cierta frecuencia. Al menos, la mía. Supongo que como lectores o lectoras también tendrán sus propias ambiciones, muchas de ellas inconfesables y otras lo suficientemente revelables en público y que invito a compartir aquí y ahora tras leer este artículo.
A veces, manifestar abiertamente las deseos más ocultos provoca una invocación de las fuerzas cósmicas del universo para que todos los planes y deseos se lleven a cabo. Esto último no lo digo yo, me lo dijo un numerólogo al que visité hace casi dos décadas (forzado por una antigua novia) previo pago de diez mil de las antiguas pesetas (un dineral, vamos). Desde aquella visita, voy por la calle evocando en voz alta mis antojos más íntimos al tiempo que veo a las personas con las me cruzo abrirme camino a su paso, cambiar de acera, apartarse a un lado e incluso llamar al 112 desde sus teléfonos móviles.
Y después de pasar una noche de insomnio imaginando ser quien no soy, vivir donde jamás podré permitírmelo, compartir mesa con quien es imposible y escribir imitando al puñado de privilegiados que saben escribir como sólo ellos saben hacerlo, es cuando dan las seis de la madrugada y faltan sólo quince minutos para que suene el despertador. En ese momento me digo a mí mismo: “No seas gilipollas. Si ni siquiera tienes tiempo para ser tú mismo, ¿cómo vas a llegar a ser otro?”. Y es entonces cuando intento dormir un poco más, aunque sean sólo cinco minutitos. Tiempo más que suficiente para darme cuenta de que soñar es gratis, como todo lo bueno que sucede en esta puta mierda de vida.