FOLLAR O HACER EL AMOR

El amor es la fuerza más poderosa de la tierra. Nadie lo pone en duda. El amor mueve montañas y cruza océanos. Lo de cruzar océanos es literal. Casi todos los “españoles por el mundo” que salen en la televisión han emigrado por amor y no por huir de un país en guerra como la inmensa totalidad de los refugiados. Y si en algo se parecen los primeros a los segundos, es que los refugiados tratan de buscar en España el amor que se les niega en su país, frente a la mayoría de los “españoles por el mundo” que únicamente han “cruzando océanos de tiempo para encontrarte”, como decía Drácula a Winona Ryder antes de que la musa de la Generación X pasase de actriz a cleptómana.

A una distancia muy próxima, la fuerza más sublime que puede hacer algo de sombra al sentimiento amoroso, es el sexo. El sexo del bueno, quiero decir, nada de ir bartoleando al novio o la novia. Una mamada, un cunnilingus o que te hagan rimming no tiene consideración de sexo del bueno si no va acompañado de un orgasmo del quince (entonces sí, sí que es sexo del bueno-bueno-bueno).

Cuando logras que tu pareja empape las sábanas con sus inevitables y múltiples squirting, o cuando es ella la que te masajea la próstata al tiempo que hace flexiones sobre tu miembro erecto, también podría considerarse sexo del bueno (y aún más si decide restregarse el cutis con el esperma irrigador que brota como si fueran las fuentes de La Granja de un palpitante prepucio henchido de sangre y a punto de estallar).

Mientras se folla, científicamente hablando, se liberan feromonas que es una sustancia química que provoca un descenso paulatino de las hormonas. Seguidamente, al tiempo que asciende a las alturas el miembro viril en el caso del sexo masculino y se incrementa del flujo vaginal en el caso femenino (entre otras respuestas corporales que no voy a detallar aquí y ahora), el mundo se para y el universo se reduce a los metros cuadrados de superficie que ocupa la estancia donde se encuentre uno con una, o una con una, o uno con uno, o con quienes ustedes deseen encontrarse.

Es en ese instante cuando el juicio queda anulado prácticamente en su totalidad. Se nubla el sentido crítico de lo que se ve, se escucha, se dice y se palpa, y todo alrededor torna en un color rosáceo asalmonado que podríamos definir con el adjetivo: cursi (la señal inequívoca de que el amor lo invade todo). Desde este punto de vista, amor y sexo no están muy distanciados. La línea que les separa es prácticamente invisible cuando el afecto es mutuo y muy especialmente cuando la cópula busca la intención reproductiva de la especia humana.

Las estadísticas dicen que son pocas las veces en las que en la práctica del sexo por el sexo interviene la intención reproductora. Del mismo modo que pocas veces hay amor cuando sólo se necesita un momento placentero de carácter instantáneo e inmediato y que solventamos con una pajilla (tanto hombres como mujeres y viceversa). O sea, que hacer al amor mola mucho, pero al final el punto te lo das tú con la mano y/o con los dedos.

En conclusión: lo de encontrar el amor está muy bien, pero lo que realmente importa es encontrar a alguien con quien follar. Y a ser posible, con cierta regularidad.

Feliz sábado noche.

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