BYE BYE VERANO

El final del verano llegó, y tú partirás… Así comienza una de las canciones del Dúo Dinámico más deprimentes que he escuchado nunca. Por no decir la más deprimente de todas las que he escuchado en mis cuarenta y… años de vida. Muchos de ustedes, estimados lectores y lectoras, tendrían el mismo recuerdo nostálgico que yo tengo en este instante si la estuvieran escuchando ahora mismo como estoy haciendo yo para redactar este artículo.

El recuerdo nos remite hasta los últimos días del mes de febrero del año 1982, cuando se emitía por primera vez en Televisión Española el capítulo número 19 de la serie Verano Azul. Es en ese capítulo, los protagonistas se despiden entre sí tras unas vacaciones de aventura para regresar a sus quehaceres cotidianos de desventura. De fondo, el Dúo Dinámico pone banda sonora a las sucesivas escenas de despedida mientras cada uno en su casa llorábamos ríos de lágrimas viendo pasar ante nuestros ojos los rincones de la bellísima localidad malagueña de Nerja (antes del boom inmobiliario, claro).

No les recomiendo que vuelvan a escuchar la canción del Dúo Dinámico, ni que visiten Nerja (ya no es lo que fue), ni tampoco que revisen la serie dirigida por Antonio Mercero (de eso ya se encarga Televisión Española desde hace más de 35 años). A lo que sí les invito, es a despedirse de las vacaciones de verano con la alegría que nos ha proporcionado y la esperanza de volver dentro de unos meses a disfrutar de la misma sensación. A fin de cuentas, lo que hay entre verano y verano está pensado específicamente para el verano. Si no es así, ¿para qué sirve trabajar si no es para permitirse un apartamento en primera línea de playa, o tomar un vuelo que nos lleve a la otra punta del planeta? Si no fuera por los quince días de agosto, no sería necesario soportar la humillación diaria del jefe, las reuniones a última hora, ni las noches en vela redactando informes que acabarán en la basura, ni tampoco las horas extraordinarias no remuneradas o las diferencias salariales entre mujeres y hombres por realizar el mismo trabajo o tener la misma responsabilidad. Si no existiera el buen tiempo, el sol, la siesta, el chiringuito, la paella, el tinto de verano, la hora del vermú, el paseo descalzo por la orilla, la tumbona a la sombra, el cloro de la piscina, la tortilla en el tupperware, el cafelito a media mañana, el cine al aire libre, al toalla en la arena, el bronceador y el Aftersun, las chanclas y las bermudas, la tanga, el topless, el aire acondicionado, el pueblo y sus fiestas, los besos de la abuela, el flotador, el chiringuito (otra vez)… en fin… si no fuera por el verano, el resto del año no merecería la pena.

En verano, refundamos la conciliación familiar viendo a los críos levantar castillos de arena en la playa, y a la mujer broncearse en la tumbona leyendo un libro con los ojos cerrados mientras saboreamos un botellín de cerveza a precio de oro. El mismo oro que en forma de sudor cuesta cada puto euro ganado durante el resto de los 350 días del año.

Feliz regreso al trabajo (quien lo tenga, claro).

 

 

 

 

 

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