AMOR VERSUS AMISTAD

A pesar de comenzar por la misma letra, el amor (masculino singular) y la amistad (femenino singular) son dos conceptos completamente distintos.

Si el amor es ciego, nadie mejor que Jorge Luis Borges para distinguir con clarividencia qué es amor verdadero y qué es la verdadera amistad. “La amistad no necesita frecuencia. El amor sí” dijo el autor argentino. “El amor está lleno de ansiedades. Un día ausente puede ser terrible”, volvió a decir cuando fue preguntado por el mal llamado motor del mundo o por la gasolina que hace avanzar (o retroceder) a la humana humanidad. “La amistad puede prescindir de las confidencias, pero el amor no. Si en el amor no hay confidencia, uno ya lo siente como una traición”, insistió el genio argentino cuando profundizó en la relación inexistente entre ambas nociones.

Les hablo del amor y de la amistad aquí y ahora para contarles que la semana pasada mi exnovia quiso que quedáramos a cenar. He de reconocer ante ustedes que desde que nuestra relación sentimental se fue al traste, siempre he mantenido una vaga esperanza de amistad íntima. Si al menos no desde el punto de vista amoroso, al menos en el aspecto físico (lo que todo el mundo conoce como “follamigo”). A lo que voy, acudí al encuentro con mis mejores galas convencido de que esa noche, si no volvíamos a ser pareja, seguramente dormiría acurrucado entre sus piernas y arropado por las suaves sábanas de su cama perfumadas con el aroma de su sexo depilado y levemente húmedo.

En el restaurante, donde nos pusimos al tanto de nuestras vidas separados el uno del otro, tras el segundo plato y una botella de vino crianza comenzó a relatarme las dudas de amor contraídas con su nuevo novio. Me sentí halagado por su predisposición confesora, pero de inmediato regresó a mi mente Borges cuando dijo que “la amistad puede prescindir de las confidencias”. Y eso quería yo, prescindir de las confidencias y pasar al amor (a hacerlo, quiero decir). Pero volví a pensar en Borges cuando dijo que “si en el amor no hay confidencia, uno ya lo siente como una traición”.

En el postre, después de hora y media hablándome de la relación con su puto nuevo novio, fui plenamente consciente de que esa noche llegaría a su fin en la soledad de mi casa haciéndome una paja imaginando sus tetas operadas, su culo con forma de manzana y su coño rasurado (y aún más húmedo que antes).

Al final, me tocó pagar la cena, el taxi que la dejó en la puerta de su chalet y la media docena de copas que tuve que tomarme de vuelta a casa para digerir el mal trago de escuchar las confidencias ajenas que jamás deberían confesarse a quien aún cree tener oportunidad de convertir amistad en una noche de amor.

Borges avisó, pero no quise escuchar.

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