TOCAR POR TOCAR
No conozco a nadie a quien no le guste que le toquen. Ya sea en la última fila de un cine, sobre el asiento de atrás de un coche o bajo las sábanas, o con la luz encendida, o en un cuarto oscuro, ser tocado, mola.
En forma de caricias combinadas con cachetitos en las nalgas, o a través de suaves deslizamientos circulares con la yema de los dedos, sentir el tacto humano reconforta, y mucho. Puede que por eso el concepto ser humano contenga la palabra «mano», porque para sentirse como tal es necesario ser tocado por la mano (o manos) de otro (u otra).
Hemos de reconocer que según avanza la edad disminuye el deseo de ser tocable para el resto de la humanidad. Por lo que se aprecia, el paso del tiempo convierte a la gente reacia a tocar a quien más agradece ser tocado. Cronológicamente hablando, la infancia es el punto álgido del sobeteo. De niños, somos manoseados por todo tipo de manos. Empezando por la mano del doctor que nos da un manotazo con la palma para empujarnos a entrar en este mundo, y terminando por la arrugada mano de la cariñosa abuela que no cesa de estirarnos el carrillo como si el moflete fuera chicle. Poco después, en la tierna pubertad, nos manoseamos a nosotros mismos para endurecer todo órgano sensible al tacto. En esa edad descubrimos el placer que proporcionan los extremos de las extremidades superiores aplicadas sobre protuberancias y cavidades naturales de la naturaleza de cada género. A continuación, en la adolescencia y juventud, experimentamos el placer que dan las extremidades de los otros a lo largo y ancho de nuestra propia piel. Para terminar en la madurez y ancianidad, cuando tocamos fondo y nos conformamos con que la orquesta de la verbena sea la que toque la canción que nos recuerde la primera vez que nos metió mano aquella persona con quien había afinidad tangible.
En mi caso, de un tiempo a esta parte, palpo en el ambiente el desinterés del sexo opuesto por mi persona. Es un tema de piel, lo sé. Por eso, a falta de haber sido tocado por la gracia de Dios en lo que a atractivo físico se refiere, lo único que deseo es que lo que me toque sea la lotería. Aunque siendo sincero, me conformaría con que al menos nadie me tocara mucho los cojones.
ciertamente, y eso sin entrar en la paradoja de que uno está hundido cuando no es tocado, lo que contradice toda regla submarina
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Y si no nos tocan a menudo, hacemos aguas, otra ley submarina que nos lleva directos al fondo, jajajajajajajajaja. Gracias por tu comentario mai fren!!!!
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