¿POR QUÉ ODIAMOS?
Sé que hay mucha gente que odia, y no comprendo el porqué. Yo también odio a mucha gente, y tampoco sabría hallar un motivo. A decir verdad, ni siquiera me lo he planteado, pero odio a troche y moche. Aunque no sé quién es troche ni quién es moche. Del mismo modo que nunca he sabido quién es Andy y quién es Lucas del dúo musical Andy y Lucas (quizá por eso también les odie a ellos, juntos y por separado).
Odio tanto-tanto-tanto, que a veces, hasta me odio a mí mismo. Pero siempre que me odio, conozco la razón o el origen del odio (a diferencia del sentimiento hacia el prójimo que carece de argumento lógico).
Cuando hago algo y al instante me arrepiento de haberlo hecho, el odio hacia mi persona es tan intenso como duradero. Puede que el arrepentimiento sea el mayor motivo para odiarme a mí mismo. Según la ideología cristiana, el arrepentimiento ayuda a expiar los pecados cometidos, y aquí paz y después gloria (literalmente). Pero en mi caso, nada me ayuda a expiar mejor los errores que cometo que el sentimiento de odio. Puede que por esa razón yo sea incompatible con el cristianismo. Los creyentes pecan y se perdonan. En cambio yo, peco y odio.
El perdón es el modo de los cristianos de glorificar a Dios en las alturas. Por el contrario, mi estado de gloria es el odio. Y como mi odio es profundo, no se puede caer más bajo. Y todo el mundo sabe que lo que está debajo es el infierno.
Cuando odio de verdad, soy capaz de imaginar lo inimaginable. Por ejemplo, cuando pienso en todo aquello que dije para herirte, es cuando más me odio. Pienso en aquello que no te hice para no herirte y también me odio por ello. Por odiar, odio cuando tuve oportunidad de odiarte y no lo hice porque el amor que sentía por ti era aún más fuerte que el odio.
Lamentablemente, desde aquel sentimiento de amor ha transcurrido tanto tiempo que ya no existe ningún sentimiento. Ni siquiera odio. Pero tampoco un resquicio de amor. Sólo arrepentimiento.
Cuando fuimos almas gemelas siempre fui consciente del motivo por el que me odiabas. Pero ahora que ya no lo somos, no sé por qué me odias, y el no saberlo hace que me arrepienta de todo lo que no supe hacer bien contigo.
Y no hay nada que más odie que el arrepentimiento.