ENAMORARSE DEL AMOR

En la vida te enamoras dos veces. La primera cuando conoces al ser amado y la segunda cuando lo pierdes.

Al decir “te enamoras dos veces”, no quiero decir que sea de dos personas diferentes, sino de la misma persona en dos ocasiones (porque la persona no es la misma cuando nació el amor correspondido que cuando lo que corresponde es la separación).

También cuando digo “lo pierdes”, no estoy diciendo que sea para siempre: por culpa de una enfermedad incurable, accidente inesperado o causas naturales. Sino que lo natural, es que el afecto ya no surge de modo natural, ni por ninguna causa. Y en consecuencia, la relación está abocada al accidente esperado del “aquí paz y después gloria”. O al “si te he visto, no me acuerdo”. O al socorrido “no eres tú, soy yo”.

Cuando la emoción del enamoramiento es compartida, las parejas compatibles se entretienen buscando las diferencias que poseen a modo de excusa, como para poner a prueba todo aquello que tienen en común. A saber: que si uno es de carne y el otro de pescado. Que si mar versus montaña. Que si mejor arriba o mejor abajo, que si por delante o por detrás, etc… En cambio, las parejas incompatibles llegan antes al ocaso de la relación por la excesiva acumulación de diferencias. A saber: que si carne contra pescado, montaña contra mar, arriba contra abajo, o conmigo o contra mí.

Qué bello es el lenguaje: el sentido de todo lo cambia una preposición.

Si desempolvan el archivo histórico de sus relaciones sentimentales, estoy convencido de que habrán hallado identificación con alguna de estas dos situaciones o con alguna expareja que era de una manera al principio, y finalmente resultó ser otra persona completamente diferente. O quizá fueron ustedes quienes antes eran de una forma, o lo fueron después… no sé…

Resulta complicado ser uno mismo cuando se está con otra persona. Y sobre todo, cuando pasa el tiempo. Porque el tiempo no pasa igual para unos que para otros. Al empezar una relación, se tienen en cuenta los gestos. Y cuando la relación comienza a hacer aguas, cada gesto cuenta. Primero se cuentan aquellos que hace tiempo desaparecieron. Después, los gestos que no aparecen. Y finalmente sólo cuentan aquellos gestos nuevos que transforman al ser amado en un ser para desamar.

Qué bello es el lenguaje: desamar es un verbo cuyo sinónimo es aborrecer.

El primer verbo pertenece a la primera conjugación (aquellos verbos que terminan en “ar”). El segundo pertenece a la segunda conjugación (aquellos verbos que terminan en “er”). Y después de “desamar” y “aborrecer”, sólo queda aplicar la tercera conjugación (los que terminan en “ir”).

Por eso, después de desamar, y aborrecer, lo mejor es ir. Concretamente, irse.

Al final, nada daña más a la felicidad que el recuerdo de la felicidad perdida.

Qué bello es lenguaje.

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