LA MENTIRA Y LA CULPA

La culpa siempre busca culpables. Del mismo modo, los mentirosos siempre encuentran la mentira perfecta con la que expiar sus patrañas.

Mentira y culpa no son sinónimos, pero comparten protagonismo y protagonistas. Las consecuencias de ambas son catastróficas menos para quienes mienten o quienes culpabilizan a otros de sus errores provocados y la intención de sus engaños.

A lo largo de nuestra vida, hay momentos en los que mentimos reiteradamente sin sentir pesadumbre por ello. Medias mentiras, las llaman unos. Verdades a medias, las llaman otros. Nadie está exento del pecado de la mentira por muy mitad que sea, ni nada exime del sentimiento completo de culpa por obra u omisión.

En mi caso, miento por todos mis compañeros y por mí el primero. Miento compulsivamente, me sale de modo natural, como por instinto. Aunque no sabría decir si lo hago guiado por el instinto de supervivencia o por otra clase de motivación igual de básica. Desde el amanecer me miento a mí mismo prometiendo al despertador que me levantaré de la cama después de cinco minutitos más. Mientras empapo el churro grasiento en la taza con chocolate, me miento de nuevo justificando la glotonería con la dieta que comenzaré a poner en práctica mañana mismo. En el trabajo, miento a mi supervisor quien insiste, al borde de la histeria, en disponer de los informes que debí haber entregado la semana pasada. En el gimnasio, numero las abdominales de dos en dos, es decir, contabilizando únicamente los números pares entre el cero y el diez. Y al llegar a casa, tras haber sembrado el día de falsedades, miento a mi esposa mostrando un fingido amor hacia ella con palabras vacías de emoción y caricias sin sentimiento implícito alguno.

Lo peor de todo es que no me corroe la culpa por dentro ni por fuera, ni por cada mentira, ni por las consecuencias que conllevan mis actos pecaminosos carentes de empatía hacia los demás o hacia mi persona. Me la pela todo, hablando en plata de ley.

Puede que lo haga porque ser víctima de mi propia mentira ayuda bastante a aligerar el peso de la culpa ajena que supone ver pecar a quien predica la verdad de palabra y no de obra, y además, lo hace sin remordimiento ni cargo de conciencia alguno. Qué raro es todo (para ser honesto).

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