A LA PUTA CALLE

Hacerse un tatuaje es como despedir trabajadores de una empresa. Una vez hecho el primero, no importa seguir haciéndose más.

Digo esto porque fue algo que sufrí en mi propia piel cuando lo hice por primera vez. Al principio me costó muchísimo atreverme. No paraba de darle vueltas al asunto. Tardé una eternidad en elegir el lugar exacto y el motivo idóneo. La elección del motivo siempre tiene que llevar asociado una causa justificada y de peso. No vale cualquier cosa por pequeña que sea. Tiene que ser algo que se note de verdad, para que los demás se fijen y presten atención. Hay que estar por encima de modas y no sentirse condicionado por la tendencia del momento. Es importante ser consciente de que puede ser algo de por vida, casi definitivo. O al menos, por mucho tiempo. Tomar una decisión tan relevante acarrea consecuencias insondables en el presente y también en el futuro. Si no sale bien, o no se hace adecuadamente puede dejar secuelas, sobre todo psicológicas. En el fondo es una marca que queda para siempre, especialmente en el estado de ánimo. Quien ha pasado por lo mismo sabe que hay un antes y un después. En mi caso, cuando llegó el momento de hacerlo, durante días no pensaba en otra cosa. Miles de preguntas se agolpaban en mi cabeza. ¿Qué dirían los amigos al verme? ¿Sería capaz de salir de casa? ¿Y si me arrepiento después? ¿Se puede borrar del todo? ¿Existe la posibilidad de dar marcha atrás? ¿Afectaría al entorno familiar? ¿Y si me cierra puertas laborales? Cuando supe definitivamente que lo haría, la noche anterior, no pude dormir. Tan sólo imaginar que después vendrían otros más, me impedía conciliar el sueño. También tuve que tener en cuenta el coste económico y los gastos que acarrea. Los buenos siempre salen más caros y los que llevan más tiempo también. Pero al final sales ganando. Hay que reconocer que no todo el mundo tiene lo que hay que tener para tomar una decisión en firme. Es necesario estar hecho de una pasta diferente. Si no te crees capaz, es mejor no hacerlo, porque luego vienen los disgustos y ya no hay vuelta atrás. Quienes lo llevan haciendo años lo saben: superado el mal trago del primero, la decisión de continuar con otros es muy fácil. Así fue como viví yo mi primera vez. Aunque de eso hace ya mucho tiempo.

Esta mañana he despedido a un tercio de mis empleados de la empresa multinacional en la que soy Consejero Delegado. Y es cierto lo que dicen sobre los trabajadores. Una vez que mandas a la puta calle al primero, seguir despidiendo a más no importa tanto. Como cuando te haces un tatuaje. A mí me han servido de mucha ayuda para aliviar mi conciencia. Gracias a eso, esta noche dormiré como un tronco.

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