PIROPO

Hasta esta mañana, nunca me habían piropeado por la calle. Tampoco yo he piropeado a nadie en mi vida, todo sea dicho. De hecho, a día de hoy no sé a cómo está el kilo de piropo, su estado de cotización en bolsa, o si el precio de palabras escogidas del piropo está al alcance de mi bolsillo (o de mi boca). Tampoco sé si está de moda, si lo ha dejado de estar o si es algo propio del Pleistoceno como las hombreras, el cardado heavy a lo Bon Jovi y la Nintendo Game Boy

Espetar a una persona desconocida lo que no espera oír, ni tampoco necesita escucharlo de quien lo dice, debe ser tan violento como que te caiga un piano encima cuando no has visto ningún camión de mudanzas aparcado en doble fila.

El piropo gratuito dirigido a quien no se conoce (ya sea del sexo opuesto o del mismo o del que cada uno guste ejercer) no tiene nada que ver con la opinión personal, la libertad de expresión, el halago y mucho menos con el elogio. Tampoco tiene que ver con el receptor, aunque sí mucho con el emisor. Cuando se escupen la selección de palabras que contiene un piropo, quien lo vomita está hablando de su propia educación recibida, del entorno familiar en el que se ha criado y del ámbito laboral donde recibe un salario cuando lo que debería recibir es la carta de despido porque se la merece más que el dinero que cobra por abrir la taza del váter que tiene por boca.

Cuento todo esto porque esta misma mañana, al entrar por la puerta del rascacielos de oficinas que cruzo de lunes a viernes a las ocho y media de la mañana para cumplir con mi horario laboral como empleada de la limpieza, tres ejecutivos que compartían la jugada polémica del último derbi del Real Madrid entre intensas caladas de tabaco y sonoras risotadas me han espetado a mi espalda «…rubia, te dejaría el ojete como un bostezo!!!».

Y aquí me tienen, en comisaría, presentando una denuncia por acoso. Espero que la ley sea la que les abra a los tres un buen agujero. Si no es en su conciencia de primate al menos que sea en su cuenta corriente, porque el hueco más grande ya lo tienen en su cabeza. Si Darwin viviera…

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