DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Se supone que asistir a la iglesia cada domingo del año te convierte en mejor persona durante 365 días. Pero yo no noto ninguna mejoría de lunes a viernes, ni tampoco al llegar el sábado que es el día en el que acumulo cansancio, culpas y remordimientos.

Tampoco aprecio incremento cualitativo en la sensibilidad de mi conciencia individual, ni la percibo mínimamente en la colectiva. Menos aún en los devotos creyentes de la salvación eterna, o en las hordas de fieles seguidores del programa “Sálvame” de Telecinco (a pesar de la súplica divina del “naming” del bodrio televisivo).

En definitiva, ir a la iglesia cada domingo no es buen asunto. O eso creo yo. Y debo ser el único, porque miles de acólitos de la fe cristiana acuden en masa puntualmente el último día de la semana creyendo limar de ese modo las asperezas morales y éticas que genera el roce diario con la vida y con los asuntos cotidianos del ser humano y entre los seres humanos (o eso quieren creen).

No sé si sentarse cómodamente a escuchar un sermón, hincar las rodillas beatíficamente para mostrar humillación o juntar las manos para acelerar el proceso de arrepentimiento resulta más efectivo que alzar la voz y pasar a la acción con el objetivo de arreglar lo estropeado y sustituir aquello que nunca funcionó más que para unos pocos privilegiados.

Por todo ello y a modo de conclusión, como me he dado cuenta de que rezar actualmente para mejorar mi mundo interior no transforma tampoco el mundo exterior, he decidido encabezar manifestaciones reivindicativas de toda índole de exigencias y demandas de carácter social, político y ecológico (siempre y cuando no me coincidan con misa de doce, claro).

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