ALTURA DE MIRAS

Cuando la oportunidad lo merece, hay que estar al nivel de exigencia del momento. Nunca he llegado a saber quién o quiénes, ni cuándo ni cómo se establece con exactitud milimétrica la distancia entre el suelo y el cielo para determinar la línea que separa la mediocridad de la excelencia, lo válido de lo inútil o lo real de lo imaginario.

Tampoco supe si la exigencia, lo válido o lo imaginario son conceptos estables o varían en función de circunstancias aleatorias e incontrolables lejos del alcance de la intervención humana. El único nivel objetivo y universal que conozco y que está fuera de toda duda, a pesar de estar presente dentro del planeta tierra, es el nivel del mar. Y aún así, tengo mis reticencias de que sea cien por cien efectivo como referencia de medida. Por ejemplo, el lugar que habito está situado a 1.300 metros de altitud sobre el nivel del mar. Pero… ¿en qué nivel se encontraba el mar cuando se tomó la medida?, ¿en marea baja o en marea alta? La diferencia es notable porque cuando baja la marea es cuando nos damos cuenta de quien lleva el bañador puesto o quien queda con las vergüenzas al aire (o la vista de todos, mejor dicho).

Tampoco resulta de fiar una medida realizada cuando apenas existía impacto medioambiental en el planeta por parte del ser humano (había escrito «por parte del hombre», pero lo he tachado porque en el efecto del cambio climático no hay distinción de sexo, sino de comportamientos).

Se supone que lo hecho está bien hecho porque el tiempo transcurrido otorga capacidad de reacción o lo que es lo mismo, capacidad de corrección. Pero viendo lo que ven mis ojos, hay otra realidad más allá de la que imagino como auténtica.

El ascenso o disminución del nivel de agua pone a prueba la capacidad de reacción de los que estamos braceando cada día para sobrevivir con el agua al cuello. Si desciende rápidamente, podemos quedarnos sin motivos para forcejear. Y si, por el contrario, sube de golpe, acabaremos sumergidos sin posibilidad alguna de salir a flote. Toda esta serie de metáforas sirven a la mente humana para timonear en la cotidianidad del océano de la vida sin encallar por causas irreales o imaginarias (que suelen ser la mayoría).

Me temo que va a ser cierto eso que dicen que el cerebro humano sufre más por lo que imagina que sucede que por lo que realmente sucede. Todo depende de la altura de quien mira, o lo que es mismo, de la altura de miras de cada uno.

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