ME ENCANTA TU CULO
No hay escritor, político, cómico, actriz o cantante que se precie de serlo que no tenga un hater que le odie. Hoy en día, tener un hater da más prestigio que tener mil fans. Que se lo digan a Cristina Morales, Dani Mateo, Rosalía o Juan Soto Ivars que acumulan más haters entre los cuatro juntos que media humanidad digital.
Si Roberto Carlos volviera a componer su éxito musical «Yo quiero tener un millón de amigos» reescribiría la letra y cantaría «Yo quiero tener un millón de haters». De este modo, vendería nuevamente millones de discos y renovaría el título de cantante brasileño superventas.
Cuento todo esto porque el pasado lunes me salió un hater en Facebook. Como lo oyen. Salió como sale una Amanita Muscaria en un día de otoño, es decir, de un día para otro y sin saber cómo ni por qué. Su particular odio hacia mi persona, se focaliza en las faltas de ortografía que cometo esporádicamente y en el nivel literario de mis textos.
Ser odiado por un hater por puntuar frases con comas donde debería haber punto y seguido o pecar de leísmo, además de demostrarle que yerro como humano, también evidencia que lee lo que escribo (cosa que muchos de mis mejores amigos ni siquiera hacen).
Por otro lado, odiarme por tener estilo literario es como odiar al ser humano por tener culo. Cada uno tiene el suyo y habrá quien esté contento con él y quien no, del mismo modo que habrá quien bese las nalgas de otro culo cada noche entre las sábanas y habrá quien aparte la mirada cuando le ponen un trasero ante los ojos en la playa cada verano.
Lo que mi hater no sabe de mí, es que a hater no me gana nadie. Por eso, le he bloqueado en todas mis redes sociales, que es el nivel supremo de odio digital. Eso sí que es odiar a la humanidad y no lo que hizo Charles Mason.
Y para seguir ganando haters que me lean, continuaré cometiendo faltas de ortografía de modo intencionado y atentando contra su gusto literario por escribir con mi estilo propio, que para eso es mío, como también lo es mi culo. Y si no gusta, basta con apartar la mirada.