GATO POR LIENDRE

Estoy acostumbrado a comunicarme a través de Internet. Supongo que lo hago para atender a deshoras las decenas de mensajes que me envían familiares, amigos, conocidos e incluso desconocidos del cercano acá y del lejano más allá (lo mismo le ocurrirá a usted, supongo).

Tengo por hábito responder a todos y cada uno de los mensajes recibidos. Les atiendo por orden de prioridad (mi prioridad). A veces con más palabras y otras veces con menos. En algunas ocasiones de inmediato y en otras con intencionado retraso, dependiendo menos del fondo y mucho más de la forma (de “sus” formas, quiero decir).

A los mensajes de familiares, les dedico toda mi atención y afecto dándoles siempre más de lo que esperan de mí. Se podría decir que les doy liebre por gato. Algo parecido me sucede con algunos amigos, especialmente con los que mantengo frecuente correspondencia, en el amplio sentido de la palabra correspondencia.

A los conocidos, por otro lado, les doy gato por gato, o liebre por liebre (dependiendo del tipo de animalada que incluyan en sus comentarios). Quid Pro quo que se dice en latín.

Pero a los desconocidos que buscan darse a conocer a toda costa descalificando a quien no conocen o aquello que dicen conocer, es a quien más me entrego. Y lo hago con notoria diferencia, valga la contradicción. Me explico. Sé que buscan aceptación a través de la mentira, la falsedad y la patraña. Por otro lado, hay que reconocer sus habilidades en el arte de la mentira, pero no saben lo difícil que es mentir a un mentiroso. Por eso, a todo lo que recibo de ellos respondo dándoles gato por liendre. Es decir, les doy más de lo que merecen a cambio de la mierda que recibo procedente de sus cabezas mal pensantes desbordadas de basura pestilente.

Hasta en eso soy generoso. Quizá lo haga por haber recibido la educación que ellos demuestran no haber recibido en su puta vida y evidencian al enviar sus correos electrónicos llenos de ira y erratas. O quizá mi generosidad sea producto de la desconfianza hacia una religión inculcada en la España transicional que nos enseñó a poner la otra mejilla cuando debería habernos enseñado a mostrar los dientes.

Aquí dejo este artículo para ellos y ellas, lleno de reflexiones propias. Espero que recapaciten sobre los mensajes que envían a desconocidos como yo. Y después, si demuestran valentía, les invito a expresar su opinión al respecto. Sea cual sea, será bienvenida.

Si usted es uno de ellos/as y respondo tarde, ya sabrá el motivo.

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