MACROBIO
Mi obsesión por dar nombre a aquello que no lo tiene aún, me conduce a crear términos lingüísticos de sencillez supina. Al usar la palabra supina no lo he hecho en la acepción anatómico-corporal, sino por el estado de ánimo que define el matiz negativo de una cualidad evidente. Realizada esta aclaración, de un tiempo a esta parte he consagrado mi actividad social diaria a desarrollar la faceta de la asertividad con aquellas personas que ejercen influencia negativa en el estado de ánimo (concretamente en el mío).
Del mismo modo que los científicos definen en latín a los microbios y otros seres diminutos que descubren tras afanosa labor con el fin de otorgarles un gran lugar en el mundo, he decidido definir a mí manera a aquellas personas tóxicas del entorno cercano para otorgarles un minúsculo lugar en mi propio mundo.
Crear una denominación exclusiva a modo de prerrogativa facilita la inclusión y mejora del estado de ánimo (especialmente el mío, insisto) que es a la persona que más quiero sobre la faz de la tierra. De este modo, adjetivo al sujeto o sujeta en cuestión y su conducta dependiendo del grado de desprecio que genera, desprende, esparce y desparrama allá por donde dígnese habitar.
A veces recurro a prefijos como «súper-», «extra-», «maxi-» o «ultra-». También suelo emplear sufijos como «-azo», «-illo» o «-ito». Pero lo que mejor se me da, creativamente hablando, es la fusión de conceptos complementarios. Por ejemplo, si la persona en cuestión se comporta como un gilipollas y al mismo tiempo no atiende a razones, defino a ese ser repugnante como un ente «gilirracional». Y todo ello usando siempre las redes sociales para difundir las virtudes y opciones creativas que ofrece el idioma castellano-cervantino, y también para que quede evidente constancia de la cantidad de gilipollas que nos rodean y ni siquiera son conscientes de serlo ya sea en parte, por completo o infinitamente de modo racional o emocional.