EL ARROZ DE LAS BODAS

Lo que más me gusta de ir a una boda es tirar el arroz. Cuando salen los novios por la puerta de la iglesia, tras darse el “Sí, quiero”, los invitados devuelven el sentimiento de odio por haber sido invitados lanzándoles puñados de arroz. Lo hacen con tal ira que parece que estén lanzando una granada de mano. Es una sensación de liberación muy recomendable que contrasta notablemente con la condena a la que acaban de sentenciarse mutuamente los novios en el altar (sin aún saberlo, claro).

Los recién casados, que se ven venir la ofensiva de simiente, suelen alargar la ceremonia en el interior del templo para que el arroz que sujetan los invitados en sus manos se ablande por el sudor y evitar en la medida de lo posible el dolor del impacto (aunque del batacazo del matrimonio no se librarán nunca). Algunas parejas de novios tardan tanto en salir por la puerta que en lugar de recibir arroz, lo que reciben es una paella recién horneada (y en algunos casos con “socarrat”).

En numerosas capitales de provincia, especialmente las de secano y cultivo latifundista, se ha sustituido arrojar arroz por el lanzamiento de leguminosas como garbanzos, lentejas e incluso habas secas del tamaño de un kiwi. Es la última moda en ceremonias de desposorios y esponsales. Tras el ataque perpetrado con animadversión y alevosía por amigos, conocidos y familiares cercanos desde distancias aún más cercanas usando leguminosas a modo de metralla, el campo de batalla queda sembrado a la espera de germinar con las primeras lluvias que suelen llegar en forma de lágrimas de la suegra, la abuela y alguna que otra dama que no puede reprimir la emoción de sentir en su propia carne el moratón producido por el impacto de un haba proyectada a setenta kilómetros por hora.

En contra de lo que pueda parecer, me encanta acudir a todas las bodas a las que soy invitado. No falto a ninguna, ni tampoco busco excusa para evitarlas. Y lo hago por una razón muy simple: es la mejor ocasión para encontrar el amor verdadero. Ni Meetic, ni eDaling, ni Ashley Madison, ni chorradas de esas.

Aunque para serles honesto, llevo tanto tiempo asistiendo a bodas sin hallar un amor de verdad que creo que se me está pasando el arroz. Y no hay nada que sepa peor que el arroz pasado (sobre todo cuando te lo tiran a la cara).

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