GENTE COMÚN

En algún momento de nuestra vida, todos hemos soñado con vivir la realidad que viven otros. Es un sentimiento innato al ser humano que viene de lejos, concretamente desde la más tierna infancia.

En la niñez, fantaseamos con tener los poderes de los superhéroes de los tebeos. En la adolescencia, ambicionamos el poder mediático de ídolos del deporte y cantantes de música Pop. Durante la juventud, ansiamos emular el poder de referentes sociales, políticos o de magnates de los negocios. Y de adultos, nos conformamos con poder ir al baño tres veces al día.

En cierta ocasión, desee ser como mi pareja y comencé por ponerme en sus zapatos. Lo hice literalmente. Empecé calzando sus botines de ante con seis centímetros de tacón. La cosa fue bien porque, para empezar, veía el mundo desde una perspectiva más elevada a la habitual. Continué vistiendo sus vestidos incluyendo los modelos de lencería que tanto goce visual proporcionaba contemplar sobre su piel y que, de repente, comencé a disfrutar aún más sintiendo sobre la mía.

De la ropa pasé a las acciones propias del sexo femenino como desabrocharse el sujetador con una sola mano o mear sentado. A continuación, ocupé aquellos espacios que, por costumbre, ocupa ella. Es decir, me sentaba en la misma silla donde suele sentarse a la mesa a la hora de comer. Me apoltronaba en su parte de sofá donde nos apoltronamos para ver la televisión. Dormir en su lado de la cama. E incluso coloqué mi cuchilla de afeitar junto a la cuchilla con la que rasura el vello de las piernas, el de los muslos y el que crece algo más arriba.

Fuera de casa, también seguí la misma estrategia. Conducía su coche a su lugar de trabajo donde me identificaba con su nombre y apellidos ante la mirada atónita del vigilante de seguridad que hay en la entrada del edificio. A la hora de comer, bajaba al bar de la esquina acompañado de sus compañeras de oficina con las que mantenía una conversación intrascendente que iba desde lo mal que se portan los hijos hoy en día hasta lo hijo de la gran puta que es el jefe. Y para terminar el deseo de vivir la misma realidad que vive mi mujer, mantuve una aventura sexual con el mismo amante que tiene ella cada martes y jueves.

Aprendí tanto de aquella experiencia de ser alguien diferente, que cuando no me gusto como soy, me pongo las bragas de mi mujer. Entonces me siento una persona normal y corriente.

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