DISLXESIA
Padezco dislxesia desde que tengo uso de razón. No es grave. Al menos, mi médico de cabecera dice que no hay por qué preocuparse. Salvo algunas faltas de ortrogafía y algo de lentitud a la hora de relacionarme con el resto de personas, o mantener una conversación fluida, o rellenar los campos de la matrícula del gimnasio, soy una mujer joven completamente normal de la cabeza a los pies y vizreversa. Digo joven a pesar de haber sobrepasado la cuarentena (de largo, de muy largo). Pero así es como me veo a mí misma cada mañana ante el espejo. Es decir, joven. Hay que reconocer que el cuerpo ya no es lo que era. La fuerza de la gravedad reclama permanentemente lo que es suyo y los pechos turgentes de juventud se parecen más a dos lenguados al sol que a dos manzanas relucientes ofreciéndose a recibir el mordisco de un surfero con el cuerpo musculado de un Adonis griego (ahora estoy soñando, discúlpenme).
Tampoco la vista es lo que fue. Ni el oído, que ha ido a menos de modo galopante tras el cambio de prefijo en la edad de 4 a 5. Si antes oía el sonido de la hierba al crecer, ahora ni oigo los ronquidos de mi marido a la hora de la siesta cuando le vence el sueño tras la ingesta de un cachopo de cuatro metros cúbicos. A decir verdad, ya ni me molesta (el ronquido, quiero decir, mi marido me molesta desde que dije sí en el altar. Maldita la hora).
La dislxesia, en cambio, no ha cambiado. Sigue siendo la misma de la infancia, la misma que en la adolescencia e igual que en la juventud. En este sentido está en plena forma, a diferencia de la flacidez de la piel, las decadentes glándulas mamarias, la turbia visión y el declive auditivo.
Por suerte, con mis familiares y amigos más cercanos me entiendo (y me entienden) a la prefección. Son muchos años de relación y amistad duradera y saben de sobra que cuando digo certero quiero decir tercero, que al escribir monja en la lista de la compra he querido escribir jamón y que cuando me encasquillo con la letra “r” basta con un empujón verbal por su parte en forma de sinónimo para continuar con la narra/narr/narra/cicici… con la conversación.
A fin de cuentas, quienes sufrimos dislexia tenemos tanto sentido del humor como cualquier otro ser humano. Igual que usted. En el fondo, también somos persianas normales y corrientes.