AMOR ES UNA PALABRA DE CUATRO PATAS

Con este lío del confinamiento en el que estamos todos metidos (literalmente hablando), he decidido adoptar a un perro. Así podrá sacarme a la calle veinte minutos por la mañana y otros veinte por la tarde, tal y como permite el decreto dictaminado por el flamante Gobierno de coalición. Es algo menos de tiempo del que disfrutaran los niños a partir de este domingo, pero menos es nada.

Llevo toda mi vida de adulto sin pareja y tampoco había tenido nunca un animal de compañía (no busquen el símil entre pareja y animal de compañía porque no lo hay, no me sean retorcidos). Y que conste que si estoy soltero, no es por falta de ofertas del sexo opuesto. Es una opción personal como también la decisión de no compartir casa con mascota de ningún tipo. Creo que coartan el espacio personal, limitan el movimiento y exigen esfuerzo, tiempo y dedicación (ahora sí que hay símil entre pareja y animal).

Pero tras más de 40 días encerrado conmigo mismo y coartado por el espacio doméstico, con la imposición de limitar el movimiento y dedicando esfuerzo, tiempo y dedicación a mantener la mente sana, he decidido por voluntad propia adoptar a un perro de un refugio. Nadie mejor que un perro que vive encerrado en un refugio comprenderá cómo me siento tras semanas confinado. Estoy seguro de que nos vamos a entender  a la perfección. Seremos almas gemelas.

Esta mañana lo he sacado a pasear por primera vez cumpliendo a rajatabla las normas gubernamentales. En la calle, me he cruzado con el vecino del tercero derecha. Al ver mi nueva compañía, me ha preguntado desde el metro y medio de distancia de seguridad reglamentaria:

–¿Cómo se llama tu nueva mascota?

–Felicidad– he respondido mirando a mi perro. Y me ha devuelto la mirada con lágrimas en los ojos.

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