DONDE HUBO FUEGO

El otro día me encontré en el Mercadona con una antigua amiga de la Universidad. Hacía siglos que no nos veíamos. Apenas la reconocí como supongo que ella también tardaría lo suyo en reconocerme. La vi exactamente igual que hace 30 años, incluso peor, diría yo.

De cerca, comenzó a ser visible aquello que sólo hace visible el paso del tiempo. Es decir, las arrugas en la piel, las patas de gallo, las canas, manchas en el dorso de las manos, las tetas caídas, las estrías, etcétera, etcétera, etcétera. Supongo que ella también debió ver lo peor del paso del tiempo sobre mi persona. Es decir, calvicie instaurada desde hace años, papada bamboleante acorde a la curvatura pronunciada de la barriga, cierta parsimonia a la hora de caminar, respiración jadeante y sobre todo, el carácter rancio que ya asomaba cuando compartíamos apuntes en la Facultad de Farmacia.

Aunque jamás ejercimos como profesionales farmacéuticos, ambos supimos antes de acabar la carrera que no existe medicina ni medicamento que cure los efectos del paso de la edad que asolan al ser humano cuando la alegre juventud deja paso a una sombría vejez que ha visto alejarse los mejores años de vida ante sus ojos.

Tras el ritual de besos en las mejillas y la ristra de frases hechas que maquillan el nulo interés por el estado de salud, el estado laboral y el estado civil, hemos dado paso a intercambiar nuestros números de teléfono.

El caso es que hemos quedado esta noche para cenar y lo que surja. Bueno, «lo que surja» lo he añadido yo, ya que desde que me diagnosticaron satiriasis hace cinco años, las citas nunca van más allá de ser primera cita.

No sé si surgirá algo durante la cena. Y tampoco sé si surgirá la oportunidad de echar un polvo. Pero en el caso de que así sea, espero que no se dé cuenta de la persistencia de mi trastorno obsesivo compulsivo, motivo por el cual dejamos de acostarnos cuando éramos amigos de facultad (o eso quise creer entonces). O quizá sea el verdadero motivo por el que hemos vuelto a quedar treinta años después, no sé…

Qué complicada es la vida.

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