CUANDO ZARPA EL AMOR
El otro día, mi mujer me preguntó qué pasaría si la dejase de querer. Te darías cuenta, respondí melosamente sin percatarme de estar pisando una conversación de arenas movedizas. ¿Y de qué modo me daría cuenta?, inquirió nuevamente de modo incisivo. Que te dejaría de besar, dije yo para salir del paso. Entonces ya sé cuándo vamos a dejar de ser matrimonio, dijo ella. ¿Cuándo?, pregunté muy intrigado. El día en el se nos acaben los besos, respondió convencida. ¿Acaso sabes el número exacto de besos que quedan por darnos?, volví a preguntar aún más intrigado si cabe. Sí, lo sé, respondió categóricamente.
Como soy de letras puras y mi mujer de ciencias puras, las conversaciones sobre letras me ponen a cien. En cambio, las conversaciones numéricas no me ponen nada de nada, que es lo mismo que decir que me excitan cero pelotero.
Sin embargo, a ella los números se le dan de maravilla desde que tuvo uso de razón. Cuando cumplió la edad de «la niña bonita», tuvo a su primer novio. Contrajo matrimonio por primera vez con “los dos patitos”. Y al llegar a los 25, me eligió para sus segundas nupcias. No sé si lo hizo por amor, o por hacer la rima con un hombre de letras más experto en versos endecasílabos que cualquier matemático honoris causa.
El caso es que su nivel de acierto con el número de besos que conlleva cada relación amorosa, me ha hecho pensar en la cifra de besos que me quedan por dar (y recibir) antes de agotar el cupo de nuestro amor.
Estoy convencido de que ella lleva la cuenta de los besos que nos hemos dado desde aquel primer ósculo con el que sellamos nuestra relación cuando ella cumplió 25 años. También estoy completamente seguro de que sabe la cifra restante y, por consiguiente, del tiempo de felicidad como matrimonio a partir de hoy.
Lo que no sospecha es que nunca hay dos besos iguales. Ni que un beso vale como otro, ni tan importante es el beso en sí como el momento en el que se ofrece. Por ejemplo, no es lo mismo el beso entre Leonidas Brezhnev y Erich Honecker en 1977 que el beso de Judas a Jesucristo en el huerto de Getsemaní. O el beso entre John Lennon y Yoko Ono inmortalizado por el ojo fotográfico de Annie Leivowitz y la leyenda tras el Mors Osculi.
Por si acaso, he restringido el número de besos con mi querida esposa. Lo hago para que cada beso que nos demos cuente sólo como uno. Aunque en realidad cada beso que le doy vale por cien. (Por favor, guárdenme el secreto. La perdurabilidad de mi matrimonio está en juego).