ESTÚPIDOS ASINTOMÁTICOS

Hay una frase que dice que el éxito tiene mil padres y el fracaso es huérfano.

Desconozco al autor de este aforismo en cuestión. Hay quien se lo atribuye al presidente estadounidense Abraham Lincoln, otros al escritor Mark Twain, también al economista Arthur F. Burns e incluso al mismísimo Confucio. Llegados a este punto, hay que dejar claro que no hay nada más desconcertante que sentenciar el éxito masivo de una frase con un ejemplo de frase atribuida a mil padres.

El caso es que la famosa frase va pasando de boca en boca (literalmente hablando) y nadie se decide a poner la mano en el fuego para otorgar la veracidad de la misma a ninguno de los autores anteriormente mencionados. Y si nadie lo hace, no es porque no quieran, sino por no quemar sus ahorros en una demanda sobre el pago de derechos de autor (además de quemarse las manos previamente, claro).

 Vivimos en un mundo en el que hay tanto reparo a ser inteligente como a parecerlo. Basta como ejemplo acudir a un estamento publico para darse cuenta del perfil bajo de muchos de sus trabajadores. Cuando hablo del perfil bajo no me refiero a su altura física, sino a la escasa altura de sus conocimientos que contrasta notablemente con la incompetencia sin medida que demuestran en la resolución de cuestiones que afectan a la ciudadanía y constituyen la base fundamental de su función como funcionarios públicos (perdón por la cacofonía).

Lo peor es que nadie se queja, ni presenta reclamaciones, ni manifiesta indignación públicamente (ni usted, ni tampoco yo mismo). Al contrario, justificamos la actitud del funcionario de perfil bajo como «algo normal» o «algo que siempre ha sido así». Por lo tanto, nunca se termina de solucionar nada, ni mejorar nada, ni progresar en nada de nada. Se impone el silencio administrativo que se extiende al conjunto de la sociedad. Supongo que será así porque es preferible estar callado y parecer estúpido que abrir la boca y disipar las dudas. Esta frase no la digo yo, la dijo en su momento Mark Twain, o quizá fue Confucio, o quizá la dijera Marx (Groucho).

Puede que únicamente los dichos y frases del refranero ofrezcan un rayo de luz en la oscura mediocridad que nos rodea. Llámenlo sabiduría popular. Yo prefiero llamarlo estupidez colectiva.

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