MORIR DE AMOR

Estoy enamorado de una mujer que lleva mascarilla. Yo también la llevo, pero desconozco si el sentimiento que me invade es compartido como lo es el hecho de llevar mascarilla (ella la suya y yo la mía, aclaro).

Llevar mascarilla no exime del acto del enamoramiento ni tampoco obliga a ello. Del mismo modo, la Ley 13/2005, de 1 de julio, del matrimonio igualitario no obliga a casarse a las personas del mismo sexo que estén enamoradas ni la Ley 30/1981, de 7 de julio, del divorcio obliga a divorciarse a quien esté casado sin estar enamorado. Por la misma razón, tampoco un anuncio protagonizado por Bruce Lee obliga a nadie a comprarse un coche BMW, ni conducir un BMW implica ser un maestro en las artes marciales. 

La emoción que me subyuga en silencio y siento fervorosamente por la mujer que lleva mascarilla no está determinada por su mascarilla o por llevar yo la mía. La obligación de llevarla en lugares públicos nos afecta a ambos y eso hace que sea dificultoso declararnos mutuamente (en el caso de que ella sienta lo que siento yo, cosa que dudo mucho ya que nunca nos han presentado).

En los días que vivimos, la supervivencia del afecto está supeditada a la mera supervivencia como seres humanos. Parece una verdad de Perogrullo, pero no hace demasiado tiempo los afectos no correspondidos de grandes poetas del romanticismo se anteponían a la supervivencia y enviaban todo a la mierda al tiempo que se enviaban a sí mismos al otro barrio de un tiro en el pecho (apuntando directamente al corazón, como no podía ser de otra manera).

Con esto no quiero decir que admire la actitud dramática de los grandes literatos de comienzos del siglo XIX. Aunque tampoco la repudio, allá cada cual con la interpretación de las decepciones. Lo que quiero decir es que tendré que esperar a que el uso de la mascarilla no sea obligatorio para expresar cara a cara lo que me impide la mascarilla y contagiar de emoción lo que ahora infecta mi raciocinio.

Sólo espero que ella esté pensando lo mismo de mí en este preciso instante y en el caso de que esté leyendo este articuento. Me muero de ganas de saberlo (metafóricamente hablando, claro).

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