EL ARTE DE LA ESCRITURA
Quienes amamos el arte, sabemos que la definición de estilos y corrientes artísticas sólo sirve para el vano intento de comprender lo incomprensible de la expresión humana.
Esta fea costumbre de encasillar lo inencasillable* se extiende a otras formas de expresión que por inexplicables no dejan de ser menos humanas.
*no busquen el significado de la palabra inencasillable porque no existe, es invención propia.
Al afirmar, por ejemplo, que la decisión de pitar un penalti en el ultimo minuto es «surrealista», no quiere decir que se trata de un “movimiento que intenta sobrepasar lo real impulsando lo irracional y onírico mediante la expresión automática del pensamiento o del subconsciente”, si no más bien que no se comparte la decisión del arbitro quien, además, es tachado de inculto (aunque sea el único con título universitario en un estadio con 50.000 butacas).
Cuando escuchamos una soflama electoral y no entendemos ni una sola palabra de entre las mil y una frases enrevesadas que salen por la boca del candidato político, solemos definir el discurso como «barroco» como si hablásemos del “estilo que se desarrolló durante los siglos XVII y XVIII, opuesto al clasicismo y caracterizado por la complejidad y el dinamismo de las formas, la riqueza en la ornamentación y el efectismo”.
O si vemos a un hombre capacitado para hacer dos cosas diferentes (meter una lavadora y planchar, por ejemplo) decimos que es un “hombre del renacimiento”. Aunque “medieval” sería un término más adecuado y más acorde con el siglo en el que vivimos.
Lo que quiero decir, es que la adjetivación allana el camino de toda descripción y suma la opinión como valor añadido, aunque para muchos no haga otra cosa que restar.
Con todo esto, lo que deseo expresar es que todo lo que sucede en la vida es susceptible de ser opinable. Y que al final de todo, lo único que queda es poco o nada, que es lo mismo que decir que la vida es “minimalista” (desde el punto de vista artístico, claro).