DE MAYOR QUIERO SER JOVEN
Mi vecino es cirujano. Acaban de despedirle de su trabajo. Dice que ha sido sustituido por un jovencito recién salido de la facultad de medicina a quien pagan cuatro veces menos que a él y encima hace las horas extras que haga falta hacer sin rechistar ni decir ni pío.
El “sustituto” es capaz de extirpar un lipoma con un bisturí unipolar en la mano izquierda mientras con la derecha envía un Whatsapp a su coleguita, también médico, y por cierto, también novato en su primer empleo, aunque trabajando dos plantas más abajo (concretamente en ginecología).
Mi vecino excirujano logró doctorarse en cirugía y ciencias morfológicas con el número doce de una promoción de ciento veinte. Llevaba más de 16 años en el ejercicio de la profesión. Además de dedicarse en cuerpo y alma a la investigación de cirugía mínimamente invasiva a la que consagraba el poco tiempo libre que le quedaba entre operación y operación, también usaba sus domingos y fiestas de guardar a sanar a personas sin recursos, inmigrantes sin papeles y desfavorecidos en riesgo de exclusión.
Todas las personas con las que ha tratado dentro y fuera del quirófano afirman que su currículum está repleto de tantas de vidas salvadas como reconocimientos honoríficos en forma de premios y galardones. Las mismas personas que corroboran tales afirmaciones, están convencidas de que no le resultará difícil encontrar trabajo. Pero el caso es que lleva dos años y medio sin recibir llamadas ni ofertas laborales.
Por eso, cada vez que pongo la tele y veo en las noticias los innumerables casos de negligencia médica, me pregunto qué hemos hecho para acabar en tan malas manos, mientras llevo las mías a la cabeza. Entonces de repente palpo un bulto en la nuca que antes no estaba. Mi vecino me ha dicho que no hay que alarmarse, que el nuevo joven cirujano sabrá qué hacer. Y es en ese momento cuando me despierto entre sudores de mi pesadilla y caigo en la cuenta de que mi vecino realmente no es cirujano, sino creativo en una agencia de publicidad.
Por suerte, hace meses que no he vuelto a tener el mismo sueño. Aunque cada vez que veo los anuncios que ponen en la tele, me pregunto qué hemos hecho para acabar en tan malas manos, mientras llevo las mías a la cara para taparme los ojos.