MOMENTOS Y MONUMENTOS
El empeño de muchos en permanecer en el futuro cuando lo importante es estar presente en el presente, sólo conduce a no estar en ningún lugar (ni en el espacio ni en el tiempo).
Quienes consideren malgastar su día a día en hallarse a sí mismos donde aún no hay nadie o donde lo hubo, deberían ser conscientes de que el futuro no existe del mismo modo que en el pasado sólo habita el recuerdo (si hay suerte y la memoria lo permite).
La insistencia por vivir más allá que acá no es nueva. Prueba de ello son las pirámides levantadas en vida por Tutankamón hace más de 3.000 años para decirnos cual fue su lugar en el mundo. A pesar de su repentina muerte con tan solo 18 años de vida, tuvo tiempo suficiente para dejar un legado que aún perdura con la única intención de pasar a la historia en los libros de historia (aunque poco más se sepa del fortunio experimentado en su corta vida o del infortunio que le condujo a un fallecimiento prematuro).
Casos similares encontramos en otras civilizaciones posteriores con ejemplos poco plausibles para pasar a la posteridad. Incluso en la coetareidad actual, que ofrece indicios cada día de ser más incivilizada por mucho monumento, estatua, obelisco o placa que se alce o inaugure en plazas y avenidas de norte a sur y de este a oeste.
El tesón de dejar huella es inversamente proporcional al gusto expresado publicamente, así como a la tenacidad por deleitarse con el instante efímero que nos regala la vida en cada suspiro y justifica nuestro lugar en el mundo.
Por la parte que me toca, sigo sin saber cuál es el mío después de 50 años de vida, ni la ambición desmedida de esperar 3.000 años para ser reconocido por la historia en las páginas de un libro. Me conformo con descubrirlo en este preciso instante que es la única certeza que existe y la única realidad que conozco.
❤️
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