BARRIENDO PARA CASA

Cada cuatro años, hago limpieza de sentimientos. Me pongo el delantal y con aspiradora en mano voy dejando cada rincón del alma sin rastro alguno de emociones corrosivas. 

Debería aumentar la frecuencia temporal de barredura para expeler el incremento de aquellas emociones tóxicas que crecen exponencialmente a pasos agigantados, pero mis horas de convenio laboral son las que son y mis energías también son las que son (especialmente cuando se supera el medio siglo de existencia existencial, perdón por la cacofonía formal).

Procuro que la época de higiene íntima sentimental coincida con las fechas electorales al Congreso de los Diputados. No es casualidad ni azar. Es intencionado. Al tiempo que paso la fregona realizo recuento de votos a favor o en contra de la permanencia del número de afectos candidatos a conservar su butaca en el hemiciclo de mi corazón o a salir de la lista de posibles cargos con responsabilidades de seguir mal gobernando mis actos a corto y medio plazo. 

La jornada de reflexión previa al barrido de toda emoción contaminada la dedico a valorar exhaustivamente el nivel de progreso y progresismo de todos y cada uno de ellos, así como su origen, desarrollo y crecimiento desde su llegada al poder (y control) de mi vida. Una vez finalizada la fase de recuento, lo que queda es un programa electoral de propuestas de mejora digno de cumplir cada día de cada semana del resto de mis años incluyendo domingos y festivos (aunque no se trabaje como si hubiera que hacerlo).

Y si al final del mandato he cubierto un diez por ciento de las expectativas, me daré por satisfecho y en plena disposición a abrir toda puerta giratoria que se abra a mi paso. En el fondo soy un animal político. 

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