PSIQUIATRA
No tengo psiquiatra, ni falta que me hace. Mi diván es un papel en blanco sobre el que expreso a tinta de bolígrafo Bic lo que sucede dentro de mi cabeza. A veces lo hago de forma fina y uso el Bic Naranja, y otras lo hago de forma normal y uso el Bic Cristal.
Dicen que acudir al psiquiatra una vez al mes (como mínimo) ayuda a mantener a raya las emociones que se tuercen. En mi caso particular, cuando los renglones de lo que escribo se tuercen, corrijo la línea trazando una nueva sobre un papel distinto. Y funciona. Puede que sea por eso por lo que el problema no esté en la inclinación de la línea, sino en el papel sobre la que se trace.
De niño, solía dar inicio a una frase en perfecta caligrafía. A medida que avanzaba la escritura, que es lo mismo que decir que a medida que se incrementaba el contenido de cada frase, el encorvamiento de la oración modulaba su destino hacia abajo. Nunca supe si era debido a la fuerza de la gravedad que siempre reclama lo que es suyo, al peso de los adjetivos que varían en función del sustantivo al que van asociados o porque el destino caprichoso declinaba mostrar su apoyo a todas y cada una de las palabras que conformaban el sujeto, el verbo y el predicado.
Con el paso de los años (o gracias a la experiencia vivida en cada uno de los 365 días de cada uno de ellos), he terminado por resignarme al poder indiscutible de la gravedad, a reconocer el valor del peso de cada gramo de todas y cada una de las letras que componen un adjetivo y, sobre todo, a asumir la mayor declinación que existe en cada frase y que no es otra que el orden de los factores alterando el producto tal y como lo altera en un argumento la colocación del verbo, el sujeto y el predicado.
Digo todo esto porque con la redacción de este articuento, que he escrito a mano sobre papel en blanco con un bolígrafo Bic Naranja, me he ahorrado las tres sesiones de psiquiatra de los próximos tres meses. Estoy feliz.