A LA TERCERA VA LA VENCIDA
Debido a la distancia interpersonal de metro y medio que nos obligan a mantener para evitar nuevamente el contagio, era previsible que este año no me tocase ni el gordo de Navidad, ni ningún otro gordo. Por mucho que se alargue la mano, es imposible alcanzar a quien más se desea tocar con la yema de los dedos que es donde está la cima de la sensibilidad táctil.
La mascarilla tampoco pone fácil lucir a vista de todos y todas la sonrisa placentera que provoca la sonrisa ajena y mucho menos lanzar besos seductores poniendo morritos como los suelen poner las top models de Victoria’s Secret.
Por si fuera poco, el gel hidroalcohólico censura completamente todo aroma primaveral que ofrezca claras pistas olfativas sobre la intención de aproximación carnal o de rozamiento físico (o lo que surja). Aunque por otro lado, camufla el tufo que desprende quien repele el agua como si fuera un gato de angora (que no son pocos, por cierto).
En fin, que cada vez estoy más convencido de que la Covid19 es un invento de los fundamentalistas castos radicales del planeta tierra para alcanzar su objetivo ideológico célibe de la nula relación sexual salvo para la procreación. Aunque, por otro lado, si únicamente fuera esa la intención del maligno invento, me pregunto quién querría mantener relaciones sexuales con el fin de tener hijos con quien ha perdido el tacto en los dedos, olvidó besar hace tiempo y lo más dramático: huele peor que el cenicero de un bingo.
Por eso, independientemente de la intención que subyaga al intercambio de fluidos, invito a todos y todas a que acudan en masa a vacunarse por tercera vez y completen la pauta (de una vez por todas).
Mejor que nos inoculen el antídoto contra al virus de la Covid que convivir con quien jode mucho por haber follado poco.