LITERALMENTE HABLANDO
La literatura trata de disipar la duda implícita en la realidad más difusa. Por eso, cuando afirmamos algo con certeza inequívoca usamos la palabra “literalmente”.
De cada expresión, frase o mención que de inicio o final incluya como complemento aclaratorio la palabra “literalmente”, solo cabe esperar una veracidad incuestionable.
Existen otro tipo de expresiones que sirven al mismo fin como por ejemplo: “Eso es así y punto”, “Tal cual” o “Porque lo digo yo”, pero no poseen el acierto ni la musicalidad de la palabra “literalmente” que, además, otorga intelectualidad en cuanto a fondo y forma.
La literalidad de lo literal (perdón por la cacofonía, la redundancia, la aliteración y otras figuras retóricas aplicables), no deja espacio para la sombra que proyecta la duda sobre el concepto a explicar. Del mismo modo, arroja luz sobre la dimensión del lugar que ocupa el saber. Parece contradictorio, pero no lo es. Como tampoco es contradictorio definir una película de cine como “Documental de ficción” u “Original basada en hechos reales” e incluso afirmando que “Todo parecido con la realidad es pura coincidencia”.
Ser literal a día de hoy es lo más parecido a ser luterano hace 500 años en la ciudad alemana de Wittenberg o presumir de Mod en un concierto de Rockers a principios de los 70. Si actualmente nadie compagina en su vida la estética Mod con la vida que vive, ni casi nadie cristiano comulga con el luteranismo, es comprensible que ser literal esté tan olvidado como lo está la propia literatura (literalmente hablado).