UN PAÍS LLAMADO INSTAGRAM
Vengo de pasar las vacaciones de verano en un país llamado Instagram.
En aquel país, su población pasa el día al sol en playas paradisíacas, navega en barcos de diez metros de eslora y come platos exóticos desde primera hora de la mañana.
Dicen que es uno de los países con mayor densidad de población por metro cuadrado del mundo y, considerando su número de habitantes, puede que esté entre los tres primeros junto a India y China (juntos).
El gentilicio es “instagramer” y para conseguir la doble nacionalidad española e “instagramer”, basta con darse de alta por internet y poseer un dispositivo móvil a modo de DNI. Desde la pantalla táctil del dispositivo móvil, se accede a millones y millones de imágenes que dan buena cuenta de lo que ocurre en cada rincón de la vida de cada habitante por muy oscuro que sea el rincón (y el habitante).
Desconozco el régimen político que gobierna el Estado de Instagram y si ha sido elegido democráticamente en sufragio universal, aunque a nadie parece preocuparle a juzgar por el intenso grado de felicidad social que muestra cada fotografía protagonizada por ciudadanos sonrientes y bien alimentados.
En mi periodo vacacional en el país de Instagram, he tenido la oportunidad de contactar con cientos de lugareños y, aunque no hayamos tenido tiempo suficiente para conocernos personalmente ni vernos cara a cara, estoy seguro de que seguiremos en contacto de perfil a perfil.
Me traigo de mi viaje muy buenos recuerdos con forma de emoticono de corazón y un cúmulo de experiencias ajenas inolvidables.
Si no fuera porque estoy atado a mi mierda de realidad diaria, viviría en Instagram el resto de mi vida (si es que no lo estoy haciendo ya).