LA IRA ES ADICTIVA
Si algo han demostrado las redes sociales a lo largo de estos últimos años es el poder de contagio del enfado.
El cabreo individual apenas repercute en el contexto social, pero la suma de miles y miles de seres digitales enfadados logra que el efecto sinergia adquiera dimensiones indescriptibles hasta para los sesudos miembros de la RAE
Sin venir a cuento, siempre habrá un ofendidito. No importa si el asunto es importante o si quien lo dice importa a quien escucha o lee. Lo que acaba quedando es la repercusión numérica de ofendiditos que responden, aunque nadie haya preguntado. Incluso si no existe intención de ofender, habrá quien se dé por aludido y logre aunar anónimos a su causa (una causa que no existe, conviene recordar).
La sensibilidad digital supera con creces a la analógica. Desde el nacimiento del concepto “redes sociales”, la ira ha incrementado su intensidad y busca ser satisfecha en todo momento y lugar (digitalmente hablando me refiero). Twitter es el campo de batalla favorito donde los ofendidos viven atrincherados a la espera de asomar el armamento de 140 caracteres a modo de 9 mm parabellum. Por su parte, los irascibles de Facebook están en la retaguardia, pero no por ello desperdician la ocasión para bombardear perfiles siguiendo la ley del “tiro la piedra y escondo la mano” (que es lo más parecido a compartir lo que otros han compartido sin saber la certeza que contiene).
Estoy convencido de que a estas alturas de articuento habrá algún ofendido lector dispuesto a contagiar su animadversión por cualquier frase y a lo largo y ancho de todas las redes en las que esté registrado. También puede que no haya suscitado ningún interés ni siquiera entre los lectores más fieles. Tanto si es de una manera como de otra, les doy las gracias por su tiempo de lectura (aunque pensándolo bien, a los ofendiditos: que les den por cu…)