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SIRI ES TU MADRE

Mi jefe se ha enterado de que quiero dejar la empresa. No sé cómo cojones lo sabe porque yo no se lo he comunicado oficialmente. Tampoco se lo he dicho a ninguno de los compañeros con los que comparto mesa de oficina cada día y mesa de restaurante cada noche de jueves. Ni siquiera lo saben en casa. Ni mi mujer, ni mis dos hijas adolescentes, ni la amante con quien me veo dos veces por semana en un hotel de las afueras. De hecho, ni yo mismo sé que quiero dejar la empresa.

Desde que el entorno digital apareció en nuestras vidas, el algoritmo binario ha tomado las riendas de mis actos. Si necesito comprar un par de botas para esquiar en Baqueira Beret, el algoritmo sabe de antemano el modelo, la marca deportiva que mi sueldo alcanza e incluso mi número de pie sin indicación alguna por mi parte, salvo que no necesito botas para esquiar porque no sé esquiar ni tengo ganas de aprender a mi edad.

Si mi estado de ánimo está por los suelos, el algoritmo conoce las causas, realiza un análisis exhaustivo de mi caso y ofrece varias alternativas de índole psiquiátrica y farmacopea, aunque la euforia me domine por la cascada de victorias del Atlético de Madrid en Liga, Champions y Copa del Rey.

Por esa razón, desconozco lo que ha motivado a mi jefe ponerme de patitas en la calle argumentando que estoy fuera del entorno digital exigible en un puesto de mi categoría.

La culpa de todo es del algoritmo que se ha adueñado de nuestras vidas y sabe lo que queremos antes incluso de quererlo. 

EL ASTRONAUTA AUTÓNOMO

De niño quise ser astronauta. Me imaginaba a mí mismo surcando el espacio interestelar a los mandos de una nave equipada con infinidad de palancas, botones y artilugios. Atravesar la inmensidad de la galaxia esquivando el impacto de los inconvenientes burocráticos a modo de meteoritos sin perder de vista el horizonte cósmico visible a través de la escotilla. Sortear multitud de impedimentos administrativos surgidos de improviso y afrontarlos con el talante innato del profesional en permanente estado de mejora. Dominar el uso de las nuevas tecnologías de la información extrayendo de todas ellas sus ilimitadas posibilidades dispuestas a mi antojo para ser implementadas en cualquier territorio desconocido. Emplear día y noche solventando con éxito misiones imposibles sin considerar la escasez de recursos económicos y humanos. Vestir un traje hecho a medida para impresionar a quien se cruzara en mi camino. Asistir a reuniones, conferencias, encuentros y entrevistas envuelto en un aura de confianza y seguridad avalada por miles y miles de horas de vuelo. Brillar como una estrella en el firmamento laboral de un sector altamente competitivo y repleto de adversarios sobrecualificados. Alcanzar la cima de mi carrera profesional tras una travesía jalonada de reconocimientos, premios y galardones. Salir en las páginas de los libros del gremio con mi nombre subrayado en tipografía cursiva y un texto lisonjero redactado por un premio Nobel junto a una foto de cuerpo entero realizada por el artista del momento. Ser reconocido por la calle, tener mesa reservada permanentemente en los restaurantes de moda y recibir invitaciones como tertuliano en los programas prime time de radio y televisión para opinar sobre aquello que no sé ni me importa. Formar parte de la historia reciente como el hombre que primero dijo esto, hizo aquello y logró lo de más allá.

Por suerte para mí, el destino caprichoso ha querido que aquellos sueños de estilo vida se cumplan. Quise ser astronauta y me convirtió trabajador autónomo.

EL PUNTO DE LA i

El idioma es sabio. La lengua de cada comunidad exhibe la semántica de una cultura propia. A veces se coincide en lo que se desea expresar, otras no. Pero no por ello una cultura es menos que otra; o  un idioma es menos que otro, si se mide únicamente por la capacidad de sus beneficiarios en dar el uso que merecen la riqueza de sus miles de términos. Habrá quien se sienta millonario empleando vocablos cervantinos y quien se sienta intimidado por la polisemia.

Los matices de cada adjetivo, cada adverbio o cada sustantivo demuestran la necesidad del ser humano en mostrar al detalle la particularidad del sentimiento a manifestar. Una minúscula diferencia hace inmenso un sentimiento y pasar por alto la posibilidad de expresar la diferencia (por pequeña que sea) puede transformarlo en una emoción insignificante. 

La cultura germana define como Sehnsucht al anhelo hacia aquello intangible. Algo así como nostalgia por lo que no se ha vivido ni experimentado. Por ejemplo, esos millennials que sienten morriña por la Movida Madrileña de la que sólo han oído hablar cuando han visto a sus padres “moviendo la pierna, moviendo el pie, moviendo la tibia y el peroné”. La cultura nipona describe etimológicamente el estado emocional de felicidad permanente con el término Yorokobu. En cambio, en la cultura española no hay locución explícita para lo primero ni para lo segundo. Será porque no fue necesario crearlas en su momento y a día de hoy, tampoco hay motivos.

Por su parte, el idioma castellano posee expresiones que ni germanos ni nipones contemplan en sus diccionarios, lo que constituye un ejemplo más de la importancia de dar nombre a cada diferencia para constatar que el ser humano es tan único aquí como allí e incluso en el más allá.

Pero en lo que todos los idiomas coinciden, es que ninguno de ellos ha sabido poner nombre al punto de la i. Si por casualidad usted conociera el vocablo en otro idioma, no dude en hacérmelo saber cuanto antes. Será como poner el punto sobre la i a este articuento (y también el punto final).

PLANTAR UN HIJO, ESCRIBIR UN ÁRBOL, TENER UN LIBRO

En casa me dicen que debo madurar, como si yo fuera una manzana verde o un plátano de Canarias. ¿A qué viene tanta prisa? me pregunto yo. 

Todo el mundo sabe que el proceso enzimático de maduración es irreversible. Por esa razón me niego en rotundo a exponerme públicamente a los rayos solares y evito las corrientes de vientos alisios que precipitan el estado de terneza de todo elemento orgánico tal y como también hace el frigorífico, pero de modo inversamente proporcional.

De la misma manera que algunas frutas granan antes que otras, también hay seres humanos que tardamos lo nuestro en llegar al punto de sazón propio de la edad, frente al herbazal de individuos que llega antes de tiempo sin habérselo propuesto. En mi caso particular, ni lo uno ni lo otro. 

Se supone que alcanzar la edad adulta (entendiendo edad adulta cuando se supera la cuarentena) conlleva intrínsecamente la expresión “madurez” que queda manifiesta en la trilogía imperativa “ten un hijo, planta un árbol, escribe un libro”.

El caso es que los que son de mi generación andan ya por el tercer hijo y actualmente están ocupados seleccionando el tipo de semilla de árbol que plantarán cuando alcancen el otoño de su jubilación. En mi caso particular, insisto, ni lo uno ni lo otro. Supongo que por el hecho de que en mis 52 años de existencia jamás he plantado un hijo ni tampoco escribí un árbol, mi candor pueril está más que justificado.

Llámenme inmaduro, pero prefiero vivir en una eterna primavera para nunca pasar pagina del libro de la vida. 

EL ESCRITOR

El escritor se sienta a la mesa ante una hoja de papel en blanco, límpido, inmaculado. Mira el papel fijamente, pero el papel es el que le mira a él. El escritor observa desafiante la página impoluta, aunque no podría llamarse página porque aún no hay ninguna palabra escrita.

Papel y escritor cruzan sus miradas en lo que parece un duelo a muerte. O mejor dicho, un duelo a vida. La batalla comenzó semanas antes en la cabeza del escritor, cuando las voces que únicamente escucha él no cejan en su empeño instigándole a iniciar el ataque lo antes posible.

Ambos miden sus fuerzas. El escritor se enfrenta al lance con un bolígrafo Bic en su mano izquierda. El papel no necesita ningún arma, le basta con mostrar orgulloso su pulcra extensión de 29,7 centímetros de alto por 21 centímetros de ancho. Lo hace con provocación como retando al escritor a dar el primer embate. Pero al escritor le cuesta dar un paso al frente. Permanece arqueado sobre la mesa, sobrecogido por la inmensidad que ven sus ojos y abrumado por el abismo que se cierne en el caso de superar el primer combate. Si alcanzara el triunfo, nacería una motivación que habrá de confrontar con el terror imperecedero. Ninguna victoria es completa. Tras la primera página en blanco abatida, vendrá otra y después otra más. El desafío interminable.

Entonces el miedo se hace más acuciante. También la angustia, el tormento y la desesperación. La exigencia infligida a sí mismo ofrece muestras en la sudoración que perla su frente y un leve tembleque en la mano derecha. Un escalofrío vaticina la derrota. Lo superará. O eso cree. No es la primera vez que le ocurre y tampoco será la última. El papel en blanco espera el avance del adversario. La actitud pasiva del papel intimida al escritor que muestra la punta del bolígrafo con ímpetu amenazante, pero dubitativo. Aproxima el bolígrafo dejando ver el color de la tinta en el extremo. El primer contacto cuerpo a cuerpo supera todas las expectativas. De repente, el escritor hincha el pecho con una bocanada de aire que inflama su interior. El pánico que le invadía tan solo unos segundos antes se bate en retirada sabiéndose derrotado. El papel asume la pérdida reconociendo el triunfo del escritor y entregándose de lleno en una capitulación incondicional.

El escritor entorna la mirada clavando sus ojos en un punto fijo de la hoja en blanco. Aferra con firmeza el bolígrafo y abalanzándose sobre el papel escribe una palabra: Fin.

NO CREER

No creo en los chollos, ni en las ofertas. Ni en gangas, rebajas o descuentos. Ni en el dos por uno, el Black Friday o el llévese cuatro y pague tres.

No creo en la promesa del más blanco no se puede. No creo en el milagro antigrasa, ni creo que exista la república independiente de mi casa porque mi casa nunca será mi casa hasta que finalice el pago de la hipoteca que llegará cuando esté jubilado (si llego a disfrutar de la jubilación, cosa que dudo).

No creo telepredicadores, prescriptores, ni en famosos a quienes les dicen lo que decir. No creo en los que ponen la mano en el fuego por alguien que no conozco. Tampoco creo que haya fuego que apagar salvo todos los provocados por la mano humana (que son la inmensa mayoría).

No creo en el puedo prometer y prometo y desconfío de lo prometido antes de meter porque después de haber metido nada de lo prometido. No creo en quien dice Diego después de haber dicho digo. No creo en la revolución o muerte ni en que el trabajo nos hará libres. No creo en los que te quieren por el interés donde no hay interés que valga.

No creo en quien sin argumento alguno defiende lo indefendible. No creo en el mal que dura cien años ni en quien bien te quiere te hará llorar, porque el mal dura lo que dura y quien te quiere bien te hace reír.

Por propia política, no creo en la política de buenas palabras, ni en la política de hechos consumados, ni en el politiqueo. No creo en esto ni en aquello si no van acompañados de lo otro y lo de más allá. No creo en lo que me dice un amigo que le ha dicho otro amigo que conoce a un amigo.

No creo en lo que será. Me fío más de lo que fue que de lo que puede ser. No creo en las encuestas, las estadísticas, los estudios de mercado, los logaritmos, ni en las previsiones aunque sean meteorológicas. No creo en el horóscopo, las bolas de cristal, los posos del café o la numerología de tres al cuarto ni en los adivinos que salen en la tele cada dos por tres seis.  

Sólo creo en lo que ven mis ojos y desde que me diagnosticaron astigmatismo, solo creo en mis gafas.

CREER

Creemos que tenemos toda la vida por delante. Creemos que todo irá bien. Creemos que nada saldrá mal. Creemos que todo tiempo pasado fue mejor. Creemos que nunca sucederá, que será lo que tenga que ser y que lo que viene conviene. Creemos que jamás se irá, que jamás volverá, que jamás se quedará o que jamás existió, ni existe, ni existirá.

Creemos en el poder de la amistad. Creemos que nadie nos fallará. Creemos en la prosperidad, en el futuro, el progreso y el porvenir. Creemos en la innovación y el desarrollo. Y a la vez en la tradición y en las costumbres. Creemos en la ciencia y en la religión. Creemos que el destino está escrito y que cada uno escribe su destino. Creemos que el amor lo puede todo, que sin amor nada es posible y que lo imposible es posible con amor.

Creemos que nadie es como dice ser y que la cara es el espejo del alma. Creemos en el amor eterno, en el amor fugaz, en el amor platónico y el amor inmortal. En el dinero, la recompensa del esfuerzo, el azar, la fortuna y en quien cree a pies juntillas y pone la mano en el fuego.

Creemos en lo que vemos para después negar lo que hemos visto. Se cree en lo increíble sin evidencias, en lo intangible e incluso en lo invisible. Creemos en lo que nos dicen, en quien lo dice y sobre todo en como lo dice. Decimos mucho que creer aquí es creer y creer en el más allá es una creencia. Creemos en el Creador y creamos para creer en nosotros mismos. 

Creemos tenerlo todo, pero no es así. Solo lo creemos. 

HIJOS DE PERRA

Que el ser humano es sociable por naturaleza está fuera de toda duda. Pero que el ser humano sea humano con otros seres ya es otra cuestión diferente. Por eso me congratula como ser humano amante de otros seres que los perros gocen a partir de ahora de la consideración de seres sintientes por ley*.

Esto significa que no podrán ser maltratados, abandonados, embargados, hipotecados o apartados del dueño/a en caso de divorcio recurriéndose a la custodia compartida en caso de separación. O sea, tal y como ocurre con los niños y adolescentes fruto de un amor en extinción por el paso de los años o producto del desgaste de tanto usarlo (como pregonaba Rocío Jurado).

Suena ampulosa la comparación, pero no lo es en la medida que hasta solo antes de ayer, los perros en lugar de seres sintientes eran considerados simplemente un objeto. El único perro/objeto que considero cosa es el perro de porcelana que venden en los chinos a tamaño natural y que todos reconoceríamos si emitiera esporádicos ladridos, el intermitente olisqueo y un perenne estado de gula.

Que hayamos tardado 2021 años en considerar (por ley, insisto) como parte de la familia a los animales de compañía cuando siempre dan más compañía que algunos miembros de la familia, dice mucho de la familia humana a la que pertenecemos tanto usted como yo. 

Si don Quijote de La Mancha, el loco más admirado de la historia de las historias presumía de “galgo corredor” como se presume de un hijo, ¿en qué momento perdió el ser humano la cordura para creer que un perro era una cosa?

Puede que la nueva ley sobre el régimen jurídico de los animales nos haga entrar en razón y nos convierta a nosotros en seres sintientes y demos las gracias a los perros por considerarnos parte de su familia. 

*Ley 17/2021, de 15 de diciembre, de modificación del Código Civil, la Ley Hipotecaria y la Ley de Enjuiciamiento Civil, sobre el régimen jurídico de los animales.

Hola 2022:

Hola 2022:

Sé que aún es pronto para pedir. Apenas llevamos tres semanas de relación y no quisiera mostrarme exigente desde el principio. Aunque, por otro lado, cuanto antes desvelemos nuestras intenciones, antes quedará claro si a lo nuestro merece la pena dedicarle tiempo.

En primer lugar, desearía que el pasado fuera pasado. Sonará a perogrullada, pero me aburre revivir en el presente experiencias anteriores con efecto de obsolescencia programada.

También quiero ir despacio, muy despacio. Estoy cansado de la velocidad a la que estoy sometido constantemente para llegar cuanto antes a donde no sé si quiero llegar. 

Además, me gustaría que mi suegra Quisquillosa y tu hermana Pereza dejasen de visitarnos tal y como llevan haciendo cada día desde Año Nuevo. ¿Acaso no tienen casa propia? Habla tú con ellas y que quede claro que sólo vendrán en fechas señaladas, que ya las avisaremos con tiempo. No te preocupes, que a mi primo Pedante y al cuñado Sabihondo les envío un WhatsApp para decirles lo mismo. 

Por mi parte, quiero que sepas que toda mi atención será para ti y nada más que para ti. Se acabó seguir consejos ajenos que a nadie he pedido y no significan nada. Además, a quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga, yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré.

Y por último, querido 2022, de ahora en adelante caminaremos de la mano semana tras semana, mes tras mes, sin mirar atrás. Como mucho, echaremos un vistazo de reojo a los acontecimientos que sucedan a nuestro lado sin que ello nos condicione a cada paso. Es la única manera de que lo nuestro salga bien. Porque estamos juntos en esto, ¿verdad?

Si aceptas, estoy plenamente convencido de que el tiempo que nos queda de ahora en adelante y hasta el 31 de diciembre nos hará felices a ambos. Más felices de lo que nunca hemos sido. Día a día, tú y yo.

Atentamente, Hoy. 

¡VIVA LA REPÚBLICA!

La semana pasada vinieron a casa los Reyes Magos. A pesar de que este año me he portado muy bien, no me trajeron nada de lo que había pedido. Y de lo que me han traído, no he querido nada. 

Les pedí paciencia porque la perdí hace tiempo, y ya han pasado 8 días desde el 6 de enero y aún la sigo buscando. 

Pedí sentido del humor y al ver que no habían traído ni pizca, me invadió un sentimiento de mala hostia que todavía me dura.

Pedí tiempo que perder y tampoco lo han traído porque entre unas cosas y otras no gano un minuto para asuntos propios. 

Pedí reconocimiento al esfuerzo y por más que lo intento nunca recibo ni las gracias. 

Pedí consideración y mi petición no fue considerada. 

Pedí respeto y Melchor miró hacia otro lado, Gaspar se puso de perfil y Baltasar agachó la cabeza.

Ante el cúmulo de desatenciones monárquicas, por un momento pensé que la carta que escribí con mis peticiones nunca llegó a manos de sus Majestades de Oriente. Pero a los pies del árbol terminé encontrando un pequeño sobre envuelto en papel de regalo. De repente, esbocé con fulgor espontáneo una sonrisa que iluminó por completo mi rostro. Era el recibo de la compañía eléctrica informando de que el brillo que desprendía mi mirada incrementará un 46% la próxima factura de la luz. 

No me extraña que la República reciba cada año más apoyo (especialmente en estas fechas tan señaladas).