EN LA DISTANCIA SE PERDONA MEJOR (SOBRE TODO, A UNO MISMO)

Hay frases que se ajustan a la perfección a una situación concreta. Los refranes son un ejemplo. Los dichos populares también. Aunque personalmente prefiero el estilo de las composiciones gramaticales que sentencian sin paliativos. 

En las cinco fases que componen el duelo por una dolorosa perdida, existe un denominador común a todas ellas llamado tiempo. Basta dejar correr los minutos en el reloj para que lo sucedido transforme la realidad que acabará siendo lo que es de modo inevitable. El transcurrir del tiempo hace que todo sea como realmente es y nos da margen suficiente para hacernos a la idea de que llegue a ser como queramos que sea. 

Detrás de esta sinfonía cacofónica de verbos conjugados intencionadamente para dar sentido a lo inexplicable (tal y como pretende hacer un refrán o un dicho popular, pero con el doble de éxito) hay una clara aportación de claridad en una oscuridad invasiva a todas luces. 

Contra el pasado, nada puede hacerse salvo extraer conclusiones que faciliten la vida presente y mejoren la vida futura. Pero no todo el mundo está capacitado para recordar dónde estuvo la piedra en la que tropezó para así nunca volver a tropezar. 

Supongo que la evangelización del obstinado ideario cristiano que desde hace 2022 años viene imponiéndose con más penas que glorias tiene mucho que ver en el modo de afrontar el presente. Si algún acto realizado al prójimo en el pasado nos constriñe: basta con el arrepentimiento. Si algún acto del prójimo realizado en el presente intuimos que constreñirá nuestro futuro: basta con perdonar. 

Ya lo decía mi difunda abuela: «En esta vida, no te preocupes por nada, querido nieto, que el tiempo y un beso, siempre lo curan todo”. 

El caso es yo preferiría actualmente el beso de mi abuela que era más sanador que el transcurrir de los días por los siglos de los siglos. Amén. 

FELIZ CUMPLEAÑOS

Ayer cumplí años. A mi edad, no se suele confesar los años que se cumplen a menos que haya tortura de por medio. Pero como aún considero estar en esa edad en la que los años pasan como paso yo de ellos y rechazo de plano el dolor con fines reveladores, confieso que son 43. 

Si usted ha superado con creces los 40, e incluso los 50, sabrá que el tiempo vuela como si fuera una cigüeña en proceso migratorio. Ver pasar las hojas del calendario como las vacas ven pasar el tren puede considerarse un acto de rebeldía. Me explico. Del mismo modo que no hay nada mejor para el regreso de la República que la dudosa actitud ética de un monarca, no hay nada mejor para alcanzar la madurez que dejar que pasen los años. 

El sueño de cualquier niño es hacerse mayor frente a la pesadilla de todo mayor que teme ofrecer un comportamiento infantil en todo momento (como si la actitud infantil fuera peor que la adulta). Por eso, nada mejor que falsear la edad cuando llega el día de cumplir años. Por un lado, se dice la verdad manifestando alegría por el hecho de cumplir años y por el otro, se oculta la cifra para justificar una juventud perdida. La celebración termina siendo como el Bitter Kas, a veces dulce y a veces amarga.

Lo mejor de mentir con la edad es que de todos los incrédulos, habrá alguno que acierte con la cifra. Y esa sensación es el mejor regalo de cumpleaños. Happy birthday!!!

LA IRA ES ADICTIVA

Si algo han demostrado las redes sociales a lo largo de estos últimos años es el poder de contagio del enfado.

El cabreo individual apenas repercute en el contexto social, pero la suma de miles y miles de seres digitales enfadados logra que el efecto sinergia adquiera dimensiones indescriptibles hasta para los sesudos miembros de la RAE

Sin venir a cuento, siempre habrá un ofendidito. No importa si el asunto es importante o si quien lo dice importa a quien escucha o lee. Lo que acaba quedando es la repercusión numérica de ofendiditos que responden, aunque nadie haya preguntado. Incluso si no existe intención de ofender, habrá quien se dé por aludido y logre aunar anónimos a su causa (una causa que no existe, conviene recordar).

La sensibilidad digital supera con creces a la analógica. Desde el nacimiento del concepto “redes sociales”, la ira ha incrementado su intensidad y busca ser satisfecha en todo momento y lugar (digitalmente hablando me refiero). Twitter es el campo de batalla favorito donde los ofendidos viven atrincherados a la espera de asomar el armamento de 140 caracteres a modo de 9 mm parabellum. Por su parte, los irascibles de Facebook están en la retaguardia, pero no por ello desperdician la ocasión para bombardear perfiles siguiendo la ley del “tiro la piedra y escondo la mano” (que es lo más parecido a compartir lo que otros han compartido sin saber la certeza que contiene).

Estoy convencido de que a estas alturas de articuento habrá algún ofendido lector dispuesto a contagiar su animadversión por cualquier frase y a lo largo y ancho de todas las redes en las que esté registrado. También puede que no haya suscitado ningún interés ni siquiera entre los lectores más fieles. Tanto si es de una manera como de otra, les doy las gracias por su tiempo de lectura (aunque pensándolo bien, a los ofendiditos: que les den por cu…)

INTELIGENCIA DIGITAL

Desde que estoy teniendo problemas de comunicación con mi novia, no dejo de recibir mensajes a mi correo electrónico de páginas web de contactos. 

Que cómo se habrán enterado de lo nuestro, me pregunto yo. Los algoritmos digitales tienen poderes sobrenaturales de adivinación y anticipan la respuesta que mi corazón se niega aceptar, pero que la razón está asumiendo de modo inevitable desde hace semanas. 

Las ofertas que llaman a la puerta de mis afectos cruzando el portal digital de mi ordenador tienen nombre variopinto, como variopinto es su contenido. Que si “Solteros con nivel”, “Citas en línea”, “Amor maduro “, o “Sexo sin complejos”. La variedad donde elegir (y ser elegido) es desconcertante. Si en este momento crucial, no tengo claro la conveniencia de dar un paso atrás en mi vida en pareja, ahora tengo mil y una opciones de dar un paso adelante en el inicio de una aventura en la palma de la mano (concretamente en la yema de los dedos). 

Después de lanzarme de cabeza al océano de la World Wide Web, he tomado la decisión de nadar y guardar la ropa. Es decir, iniciar una nueva relación en internet sin romper mi actual relación. 

Al final me he registrado en una de las aplicaciones para buscar pareja y para mi sorpresa, el primer “match” recibido ha sido de mi novia. Supongo que los algoritmos también habrán detectado que su corazón necesita afecto. Lo que no sabe mi novia es que mi afecto tiene nickname, y lo que yo no sé es el tiempo que lleva ella suscrita a la aplicación. 

HUMOR SE ESCRIBE CON HACHE

Vivir en este mundo siendo una hache es una putada. Lo digo aquí bien alto y claro, ya que nunca tengo oportunidad de abrir la boca. Se me ignora de todas-todas. 

Frente al resto de compañeras de abecedario, cuya presencia incluso se duplica como ocurre con la V, la L o la R, a mí se me ningunea sin piedad. Siento ojeriza en el silencio de todas mis apariciones públicas. Y en las pocas ocasiones en las que he tenido el honor de ser presentada en sociedad, lo han hecho alertando de mi presencia de modo “intercalada”, como avisando de un peligro inminente.

Por eso, quiero aprovechar la ocasión que se me brinda en este blog para reivindicar la valía de mi lugar en el vocabulario de la humanidad. Por poner solamente algunos ejemplos: soy la primera en dar la bienvenida afectuosamente en castellano abriendo paso a la conversación con un saludo. Doy apellido a una cómica segoviana. Estoy en el centro de la interjección con la que fue apodado uno de los iconos revolucionarios argentinos del siglo XX. Pero en mi propio país, me enmudecen.

En otros idiomas, sin embargo, sueno genial. El príncipe de Sussex me lleva en su nombre. La inicial del mago británico más famoso de todos los tiempos soy yo, y también me usan en la fiesta más terrorífica estadounidense que cada año encanta a niños y niñas al grito de truco o trato. Incluso soy el 50% de una marca de ropa con presencia en los 5 continentes con más de 4.800 establecimientos. Pero a pesar de todo, insisto, en mi propio país, me enmudecen.

Por todas estas razones y otras tantas que avalan mi nobleza y estirpe de rancio abolengo que ahorro mencionar aquí y ahora, reclamo mi espacio natural en el idioma español por derecho propio y alzo mis dos brazos para ser pronunciada por todo lo alto: H-A-C-H-E.

No sé si mis demandas serán escuchadas. Lo único que me consuela a día de hoy es que el humor sin mí no sería nada, absolutamente nada. 

UN PAÍS LLAMADO INSTAGRAM

Vengo de pasar las vacaciones de verano en un país llamado Instagram.

En aquel país, su población pasa el día al sol en playas paradisíacas, navega en barcos de diez metros de eslora y come platos exóticos desde primera hora de la mañana.

Dicen que es uno de los países con mayor densidad de población por metro cuadrado del mundo y, considerando su número de habitantes, puede que esté entre los tres primeros junto a India y China (juntos).

El gentilicio es “instagramer” y para conseguir la doble nacionalidad española e “instagramer”, basta con darse de alta por internet y poseer un dispositivo móvil a modo de DNI. Desde la pantalla táctil del dispositivo móvil, se accede a millones y millones de imágenes que dan buena cuenta de lo que ocurre en cada rincón de la vida de cada habitante por muy oscuro que sea el rincón (y el habitante). 

Desconozco el régimen político que gobierna el Estado de Instagram y si ha sido elegido democráticamente en sufragio universal, aunque a nadie parece preocuparle a juzgar por el intenso grado de felicidad social que muestra cada fotografía protagonizada por ciudadanos sonrientes y bien alimentados. 

En mi periodo vacacional en el país de Instagram, he tenido la oportunidad de contactar con cientos de lugareños y, aunque no hayamos tenido tiempo suficiente para conocernos personalmente ni vernos cara a cara, estoy seguro de que seguiremos en contacto de perfil a perfil. 

Me traigo de mi viaje muy buenos recuerdos con forma de emoticono de corazón y un cúmulo de experiencias ajenas inolvidables.

Si no fuera porque estoy atado a mi mierda de realidad diaria, viviría en Instagram el resto de mi vida (si es que no lo estoy haciendo ya). 

ESQUELAS, EPITAFIOS Y OTROS MENSAJES DE AMOR

No sé si la cuestión vital que atormenta a la humanidad desde tiempos inmemoriales es saber quiénes somos, de dónde venimos o a dónde vamos. Ni tampoco si estamos solos en la galaxia o acompañados. Pero sé que la respuesta a la eterna pregunta está escrita en la página de esquelas de la prensa cada día, y para siempre en las lápidas de muchas tumbas de los cementerios de cada municipio, pueblo, aldea y pedanía del planeta.

Independientemente del número de años vividos y de la calidad de vida experimentada, quien se va al otro barrio expresa su particular agradecimiento por los servicios recibidos durante su estancia en este barrio en una frase memorable que pasa a los anales de la historia (anales, ¡qué palabra!).

A veces, el finado alude al pariente más cercano recriminándole su lejanía, o que, por exceso de cercanía, contaminó la relación familiar hasta lo insoportable. En otras ocasiones, es el jefe sobre el que recae el peso de la ira o es el esposo quien recibe el despecho del último aliento. El caso es que hay mensajes enviados desde el más allá a los del más acá que los hace tan eternos como eterno es el eco de la carcajada que provocan. 

El más conocido es el falso epitafio “Disculpe que no me levante” en la tumba del genial cómico Groucho Marx, o el elegido por Jardiel Poncela para su lápida del cementerio de Santa María en Madrid: “Si buscáis los máximos elogios, moríos”. O la frase con la que el viudo de Doña María del Carmen Iglesias avisaba en su esquela de prensa a los familiares de la hora y lugar de su velatorio: “Hermanos y familia que no se han preocupado en todos estos años, no se molesten en venir”.

Si llegamos al mundo llorando tras recibir un cachete en las nalgas, lo mejor es despedirse de él con la sonrisa que deja otra bofetada en todo el morro a quien más nos hizo sufrir. 

Como dice el refrán: “Tanta paz lleves como humor dejas” (o algo así).

NO ME DA LA VIDA

A las 6 de la mañana suena el despertador. Querría dormir cinco minutitos más pero, si me quedo en la cama, mi hija no desayuna. Salgo de casa sin maquillar. El coche no arranca. Llamo a un taxi: 25 euros. Dejo a la niña en la puerta del colegio camino del trabajo. Llego a la oficina. Saludo a Maite al entrar y ella baja la vista (es nuestra señal que indica el ambiente laboral que me espera, o sea, chungo). Rezo para no tener ninguna reunión un día como el de hoy. Me siento a la mesa de mi despacho. El jefe llama sin aún haber soltado el bolso. Pide un informe sobre la competencia. ¿Qué informe? ¿Qué competencia? Quiero hacer pis, pero el pis no sale. Llamo al ginecólogo. Tengo cita para dentro de tres semanas. ¡Tres semanas! Llaman del colegio de mi hija. Que se ha peleado con una compañera de clase y no es la primera vez. Que vaya a recogerla, que está expulsada de clase y a un tris de ser expulsada del colegio. Llamo a un taxi para ir al colegio: 14 euros. La niña no para de llorar. Cuando ella termina, empiezo yo. El director del colegio acude a consolarme. Qué bueno está. Dejo de llorar y mi hija empieza a reír. Suena el móvil. Mi jefe quiere el informe ya. ¿Qué informe?, pregunto yo. El de la competencia, responde él. Prometo que mañana lo tendrá a primera hora en su mesa. Él sabe que es mentira, yo sé que es mentira. Dan las nueve de la noche. La cena está sin hacer. Suena el teléfono móvil. Es mi exmarido. Quiere cambiar los días del turno del mes que viene de custodia compartida de la niña, que tiene un viaje a Paris y las fechas coinciden. Le digo que por mi parte no puede ser, que tengo mucho lío en la oficina y que hay que cumplir los acuerdos de divorcio. Aunque podría ceder a su petición, le digo que no (que se joda). Mientras hago la cena, pregunto a mi hija si su director está casado. Dice que no, que de esas cosas no sabe. Su respuesta me alegra lo que queda de día. Me acuesto soñando que aún hay esperanza para reencontrar el amor, que el amor aparece cuando menos te lo esperas y que si tiene forma de director de colegio es porque tiene que ser así y que hay que aprovechar lo que viene.

A las 6 de la mañana suena el despertador y ya estoy maquillada. Seré la primera madre en llevar a su hija al colegio. Lo del informe sobre la competencia… ya si eso, mañana o pasado mañana.

¿POR QUÉ GUARDAMOS LIBROS?

El saber ocupa lugar. Lo sé porque los libros en casa ocupan más espacio que cualquier otra cosa. Más incluso que la ropa de invierno y, viviendo en Segovia, eso significa tener mucha ropa.

Todo el conocimiento de la humanidad está recogido en las páginas de los millones y millones de publicaciones editadas desde que en el año 1440 el orfebre alemán Gutenberg creara la imprenta en su ciudad natal. A pesar de no haber vivido en plena edad media, haber sufrido el crack del 29 o experimentar el horror del Holocausto, conozco lo que no conocí porque lo he leído en los libros. Da igual que haya ocurrido hace tres días o trescientos años, todo está en los libros.

Puede que la clave para comprender lo incompresible del momento actual esté en el conocimiento que ofrecen las páginas de un libro. Estoy convencido de que todo lo malo (y lo bueno) que sucede a cada lector que lea ahora mismo estás líneas, sucedió a otros lectores que supieron escribirlo y ponerlo en negro sobre blanco en las páginas que después formaron un libro y parte de una biblioteca.

Desde que el ser humano es humano, vivimos los mismos acontecimientos en distinta época con poca diferencia entre sí ya que nadie se molestó en leer lo que sucedió al prójimo con anterioridad porque pensamos que lo que nos pasa a nosotros es lo más importante del mundo (y casi siempre, lo único).

HACE UN CALOR QUE TE TORRAS

A veces pienso que el cambio climático es un plan secreto pergeñado para colonizar los polos. Debido a que el ser humano no cesa en su empeño de follar por follar, el fruto del intercambio de fluidos tiene como consecuencia el crecimiento desproporcionado e insostenible de la población. Y claro, la superficie habitable se nos ha quedado pequeña tras décadas de lujuria, fornicio y desenfreno. Por lo tanto, es necesario acaparar más espacio y el único a mano está en los extremos del planeta (que no son a la ultraderecha ni a la ultraizquierda, sino arriba y abajo).

Intuyo que el propósito viene de lejos. Concretamente desde el día en el que Neil Amstrong pisó la luna y dijo aquello de “Aquí no hay quien viva” pero la N.A.S.A. tradujo por “Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad”.

Por eso, ante la dificultad económica que supone llenar la luna de seres humanos y la falta de perspectivas de abandonar la costumbre del placer coital, lo más fácil es llenar de habitantes los casquetes polares (la palabra casquete está usada intencionadamente). 

La estrategia tiene una formulación perfecta: para derretir la corteza polar, y de este modo transformarla en suelo urbanizable, nada mejor que aumentar el calor corporal para romper el hielo en las relaciones y pasar del “hola, ¿estudias o trabajas?” al “¿Por delante o por detrás?”. 

Que el ser humano no tenga remedio es algo que sabíamos desde la Edad Media (incluso antes), pero que el remedio sea acabar con la escasa belleza que nos queda en el planeta tierra, es algo que aún hoy se escapa al entendimiento.

Estoy plenamente convencido de que sólo pensamos en follar por follar porque todo nos importa una mierda (especialmente el cambio climático).