LA RELIGIÓN DEL GYM

Después de acudir religiosamente al gimnasio desde hace más de dos años, acabo de darme cuenta de que se está convirtiendo en una fe. Y no sólo para mí, que asisto devotamente tres veces por semana, sino también para miles y miles de fieles que comulgan fervorosamente de lunes a domingo (incluso fiestas de guardar).

Cada día veo desfilar en peregrinación a un número ingente de feligreses que se congregan en clase de “body pump” como si fuera misa dominical de 12. Probablemente sea la clase de las 12 de la mañana la más nutrida en asistencia, pero no me cabe duda de que la clase de Pilates que hay al amanecer reúne a tantos cofrades como los que acoge el Rosario de la Aurora en una aldea gaditana.

Desconozco las razones por las cuales acudir al gimnasio ha sustituido a la costumbre de asistir a misa, pero los motivos espirituales siguen siendo los mismos. Uno de ellos es la necesidad de redimir los pecados cometidos de palabra, obra y pensamiento a través de la penitencia de levantar mancuernas como si fueran pesadas culpas. También existe la justificación personal de algunos socios de quitarse de encima el pecado capital de la gula y de paso los kilos de más (también mayúsculos). Para otros, en cambio, es evitar que la pereza les dé alcance y por eso corren en la cinta los kilómetros que no corren sentados en el sofá. Y para la mayoría, será expiar la envidia que da ver un cuerpo esculpido a base de horas de abdominales como si fuera una talla marmórea a la que se venera inclinando la rodilla una y otra vez a modo de flexiones.

Lázaro de Betania (el de “…levántate y anda”) demostró que trascender más allá del estado del físico está implícito en la religión, del mismo modo que también está implícito en los ejercicios “push ups”, “mountain climbers” y “reverse crunches”. Renacer en el mismo cuerpo, tal y como hizo Jesucristo según rezan las sagradas escrituras, conlleva para el ser humano algo más que sólo tres días (concretamente entre doce y quince semanas).

Es a partir de ese periodo cuando el cuerpo comienza a mostrar visiblemente las virtudes divinas de la naturaleza y a despertar en el sexo opuesto (o en el mismo, depende de la intención de los ojos que miran), las mismas pasiones que despierta la Esperanza Macarena al salir bajo palio por las calles de Sevilla.

Estoy convencido de que muchos de ustedes estarán de acuerdo con las enormes similitudes entre la fe a la iglesia y el fervor al gimnasio. Aunque el símil espiritual y bíblico con el que estoy más de acuerdo, es el que hace referencia al poder purificador del agua, tal y como ocurre con el agua de la pila bautismal o el agua de las lágrimas de María Magdalena. En mi caso, es el poder purificador del agua de ducha tras hora y media de clase de “spinning”. Es en ese preciso momento en el que te sientes como Dios. Lo sé por experiencia (religiosa).

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