SER HUMANO O NO SER HUMANO, ESA ES LA CUESTIÓN

Cuando decimos que el ser humano es bueno por naturaleza, habría que especificar al ser humano en concreto al que nos referimos y hacerlo con nombre y apellidos.

A día de hoy somos más de 7,9 miles de millones de habitantes en el planeta tierra y, aunque la inmensa mayoría son humanos, hay quien tiene reparo en demostrarlo.

A decir verdad, no es necesario demostrar la humanidad del ser humano, bastaría con serlo o mejor dicho con dejar de no serlo. Pero el número infinitesimal que no cumple con aquel regalo que la madre naturaleza le obsequió el día de su nacimiento y que no es otro que el de saber comportarse benévolamente con sus prójimos y con resto de seres vivos, nos aleja a los unos de los otros como se aleja la gacela del león en la estepa africana.

La naturaleza pone a cada uno en su lugar y es el instinto quien dicta las normas de vivencia y convivencia haciendo que el león corra del mismo modo que también corre la gacela, aunque por motivos diferentes.

Es por eso por lo que no termino de entender las razones que llevan al ser humano a desobedecer los dictámenes que caracterizan a su especie situada en la cima de la pirámide de seres vivos que pueblan la corteza terrestre y las aguas marinas.


Si existiera la reencarnación o la vida después de la muerte, dudo mucho que algún hombre o mujer desease reencarnarse en otro hombre u otra mujer teniendo en cuenta que el ser humano es el menos humano de los seres.

SI SE TIENDE BIEN, SE PLANCHA LA MITAD

La necesidad crea el léxico. En cada idioma existen expresiones propias y únicamente entendibles en ese lenguaje. Hasta en los aspectos más mundanos, hay frases que son sentencias. Si se es todo oídos, se pueden escuchar desde primera hora de la mañana. Aunque siempre habrá quien haga oídos sordos y de aquello que le llegue al tímpano haga como quien oye llover, y en consecuencia pierda la oportunidad de mejorar como ser humano o pierda el tren que pasa solo una vez por la estación de la vida.


Además de tratarse de conceptos imposibles de traducir con la exactitud milimétrica de cada vocablo, es necesario estar empapado de la cultura local para apreciar cada matiz (que suelen ser muchos y variados). El motivo que genera el surgimiento del acervo expresivo es tan desconocido como desconocida es la razón por la que siempre se atribuye erróneamente a un autor o a una etnia.


Es la necesidad la que motiva la invención de términos y frases que reflejan a la perfección la emoción que despierta, la intención que subyace o el sentimiento que provocan. Y no me estoy refiriendo a los refranes populares, a las frases hechas o a los dichos que se añaden como muletillas a una opinión personal. Hablo de la importancia del contexto en el que se enmarca una frase o un puñado de palabras para adquirir la intención opuesta cuando caminan de la mano equivocada o son regurgitadas antes de pasar por el tamiz de la inteligencia.


La razón que me ha impulsado la escritura de esta breve tesis que justifica muchos de mis actos no es otra que consolarme a mí mismo sobre el tedio del acto cotidiano de planchar la ropa al que dedico horas y horas de mi valioso tiempo libre. Y recomendarles que, si se tiende bien, se plancha la mitad.

TRASPASO VIDA POR NO PODER ATENDER

Antonio dice que no llega a fin de mes. El caso es que su sueldo le alcanza para llegar adonde quiera, pero quien no llega es él.

Se queja de que está mayor, de que todo le cansa y que la vida le pesa como una piedra. Dice que todo lo que ve, lo que escucha o lo que hace le interesa poco o nada, y que es algo que viene de lejos.

Cuando comienza el año, desde enero tiene claro que hará lo que pueda para poner de su parte. Pero según van consumiéndose las semanas también se va consumiendo su paciencia. A las primeras semanas de enero, siguen las de febrero. A febrero le sigue marzo y a abril mayo. Y así sucesivamente mes tras mes y año tras año.

A pesar de todo, Antonio aún cree que todo es temporal, que más pronto que tarde volverán las ganas que un día se fueron para no volver como también volverán las oscuras golondrinas en su balcón sus nidos a colgar. Trata de convencerse a sí mismo de que la música que escucha le hará bailar como bailaba en los años 80, cuando aquello de “la movida madrileña”. O que retomará la afición que en su día sintió por su equipo de fútbol de primera división, cuya última la liga que ganó fue cuando la entrada al estadio se pagaba en pesetas y desde entonces no ha levantado cabeza ni para rematar un saque de córner.


Antonio está convencido de que la suerte es caprichosa y que cada uno tiene la que se merece, aunque no se haga nada para merecerla. Él tampoco hace nada para merecerla, pero como Antonio no quiere que la suerte dirija su vida, ni siquiera la tiene en cuenta. Porque a la suerte le ocurre lo mismo que a los últimos días de mes, que siempre acaba llegando. Y cuando llega, a veces lo hace sonriendo de frente, y otras, mirando hacia otro lado (que es lo que ocurre casi siempre).

LOS SUEÑOS HAY QUE MADRUGARLOS

Quien desee ver cumplido el sueño de su vida, tendrá que madrugar todas las mañanas de su vida.

Suena contradictorio afirmar la necesidad de despertar del estado letárgico implícito en la existencia de sueños, pero la realidad obliga a despegarse de las sábanas para emprender el vuelo del emprendimiento.

Puede que sea esa la razón por la que al abrir los ojos antes del alba toda ensoñación se desvanezca sin posibilidad de recuerdo y el esfuerzo por rememorarla sume más esfuerzo al que conlleva afrontar la realidad cotidiana.
El sueño recurrente que provoca desvelo es complejo, y en su complejidad, el brillo deslumbrante del deseo por materializarlo nos impulsa enérgicamente en su busca. Como si de colonizadores se tratara, cada sueño lleva entrañado un aventurero o una aventurera en pos de alcanzar el sentido de su substantividad y con ello la materialización espiritual de la propia existencia.

El impulso que hostiga el comportamiento (y por extensión el ánimo), con tal de ver, oír y tocar lo imposible, ha impelido a millones de seres humanos durante siglos a surcar océanos, remontar ríos caudalosos, escalar prominentes montañas o incluso a acudir al gimnasio tres veces por semana.

Cada sueño exige un esfuerzo mayor (o menor) en función de la dimensión de la recompensa y dependiendo de las trabas impuestas por la dificultad del camino (que nunca son pocas).

Tampoco habría que olvidar que no hay sueño pequeño, como tampoco es pequeña la ambición por hacerlo realidad cada mañana al saltar de la cama a la vida, que es lo mismo que decir que saltar al vacío de la cotidianidad.


En conclusión, vivir es una experiencia única que exige dormir poco, ambicionar lo justo y tener buena memoria.

MARIO VAQUERIZO

Esta mañana se ha sentado Mario Vaquerizo en la terraza del bar donde trabajo en un barrio incorporado de mi pequeña capital de provincias. Hablaba por el móvil, como despidiéndose de alguien. Cuando ha colgado, le he preguntado lo que suelen preguntar los camareros a los clientes que se sientan en una terraza, es decir, ¿una cañita? ¿un vermú? ¿un vino de aquí? Ante la indecisión en su respuesta, he vuelto preguntar con mucha confianza, como si nos conociéramos de toda la vida, que… por cierto… una cosita, ¿llegas o te vas? Ha respondido que el motivo era una visita rápida, por trabajo, unos días. Le he dicho que entonces se pierde mazo de cosas, que cómo se va a ir, muchacha (he añadido libremente), sin haber visto gran parte de las mejores obras de arte del mundo, o el Palacio de Riofrío, o la maravilla romana de España, la pensión de Antonio Machado, o los mayores jardines reales de toda la comunidad autónoma. ¿Y no has visto la Plaza Mayor? (he insistido con empecinamiento) ¿Y los pueblos de la provincia? Nena, apunta (he vuelto a añadir libremente): La Granja de San Ildefonso, Ayllón, Pedraza, Riaza, Sepúlveda, Maderuelo, Coca, Turégano… ¡¡¡jaaarrr¡¡¡ que me ahogo!!!… Cuéllar, Santa María la Real de Nieva, Fuentidueña… bueno, bueno, bueno, nena (he continuado con tono obstinado), y la naturaleza de la sierra: la Boca del Asno, los pinares de Valsaín, las hoces del Duratón, el hayedo la Pedrosa, el bosque de Riofrío, el soto de Revenga, y… otra cosa que no sabes: ¿Te has fijado en que todas las calles se encaminan hacia arriba, y que en ese punto en el que parecen unirse el cielo y la ciudad se levanta la catedral? No el Alcázar, sino la catedral. Es ese el lugar donde la luz brilla con más fuerza e ilumina a los humanos. Es la luz de la claridad. Hazme caso y quédate unos diiiiítas más por aquí.

Esperaba que, después de mi perorata, pidiera un vino de Sacramenia, un vermú Garciani o una cerveza artesana San Frutos. De haber sido así, yo hubiera respondido, eso está hecho nena, fetén, en cero-coma. En cambio, se ha levantado y se ha ido por donde ha venido con actitud galbanera.  Sin despedirse ni nada. Por no decir, no ha dicho ni gracias. Qué mal carácter tienen estos madrileños.

LOS SEX PISTOLS TENÍAN RAZÓN

Vivimos en un país donde se estudia tan poco que los únicos que se gradúan son las gafas de ver de lejos.

Los alumnos universitarios actuales sólo ven de cerca, y siempre y cuando no estén mirando la pantalla del móvil o la pantalla del ordenador (como está haciendo usted también ahora mismo).

Lo cierto es que los jóvenes de hoy tienen mil y una razones para comportarse así. Puede que lo hagan porque el futuro que vislumbran ante sus ojos sea tan indefinido que resulta imposible distinguirlo. O quizá porque el futuro no exista, tal y como cantaban los Sex Pistols en su éxito “God save the Queen” a finales de los años 70 del siglo pasado, y sea la única certeza en la que no hay discusión alguna.

Quien hoy siembra conocimiento con la esperanza de recoger mañana riqueza intelectual puede estar seguro de que la cosecha no alcanzará para alimentar las expectativas ya que las expectativas, al igual que el futuro, tampoco existen.

Los jóvenes lo tienen claro. Igual de claro que lo tuvieron sus padres cuando eran jóvenes y sus abuelos antes de ser primero padres y después abuelos. Si el objeto de deseo no está al alcance de la vista y al alcance de la mano (que parece lo mismo, pero no lo es) el hecho de sufrir por no lograrlo es como sufrir por la tardanza de la llegada de papá Noel (incluso sabiendo que papá Noel es un personaje de ficción).

Quizá todo esto justifique mi trabajo como profesor de historia en la Universidad, porque lo que ocurrió en el pasado, sé que existió realmente. Y eso, es incuestionable.

¿POR QUÉ GUARDAMOS LIBROS?


El saber ocupa lugar. Lo sé porque los libros en casa ocupan más espacio que cualquier otra cosa. Más incluso que la ropa de invierno, y viviendo en Segovia, eso es mucha ropa.

Todo el conocimiento de la humanidad está recogido en las páginas de los millones y millones de publicaciones editadas desde que en el año 1440 el orfebre alemán Johannes Gutenberg creara la imprenta en su ciudad natal.

A pesar de no haber vivido en el Medievo, sufrir las consecuencias del crack del 29 o experimentar el horror del Holocausto nazi o la Guerra Civil Española, conozco lo que no conocí porque lo leí las páginas de un libro. De poco importa que haya sucedido hace tres días o tres siglos, todo está en los libros.

Puede que la clave para comprender lo incomprensible del momento actual esté en el conocimiento que ofrecen las páginas de un libro publicado hace dos cientos años. O que sobrellevar la carga de nuestro interior sea más leve si leemos el saber acumulado en el interior de un incunable.

Estoy convencido de que todo lo malo (y lo bueno) que sucede, suceda y sucederá a cada lector que lea ahora mismo estás líneas, sucedió anteriormente a otros lectores que supieron escribirlo y ponerlo en negro sobre blanco en páginas de papel que después fueron publicadas en forma de libro.

Vivimos los mismos acontecimientos en distinta época sin apenas diferencia entre sí. Y los vivimos como si fueran la primera vez. La razón es que nadie se molestó en leer libros, porque pensamos que lo que nos pasa a nosotros es lo más importante del mundo, y casi siempre lo único.

EL TIEMPO MEJORA CON EL PASO DEL TIEMPO

Algo que muchos niegan reconocer (entre los que me incluyo) es que los días extraordinarios son ordinarios en el momento de ser vividos. El aporte extra que reciben se debe al cúmulo de horas.

Al igual que el vino pasa de cosechero a crianza y de crianza a reserva sin mayor secreto que dejar el transcurrir de meses pacientemente, el tiempo revaloriza la experiencia presente hasta convertirla en acontecimiento inolvidable cuando llega al futuro.

Aquel viaje de vacaciones donde lo previsto fue devorado por el cúmulo de imprevistos se transforma en un hecho digno de mención repetitiva en cada comida o cena familiar o con amigos. 

Otro ejemplo. Si cada mañana de cada día de cada año el café reconstituyente de las 12 ejemplifica la rutina a la que estamos sometidos, la excepcionalidad de su ausencia irrumpe estrepitosamente en el instante en el que no se produce. Ese día (y todo lo que ocurra antes y después) será recordado gracias a que el rito del café no se produjo. 

Otro ejemplo. Todos los fines de semana publico un articuento en el blog http://www.nadaqueobjetar.com en el que vuelco historias catárticas de ficción que son mi RedBull particular, es decir, me da alas. Y cuando la cotidianidad es retomada, la creatividad es impulsada de tal manera que la inercia multiplica la efectividad de las horas y cada minuto es una pepita de oro y cada día es un lingote. Por eso, soy multimillonario.

 

 

TRUCO O TRAGO

El mundo se divide entre los que creen que Halloween es una fiesta impuesta por una cultura ajena y los que se disfraza de personaje de la serie The Walking Dead.

Los hay que consideran el Black Friday una maniobra internacional de marketing disfrazada de oportunidad y los que se imponen a sí mismos caer en la tentación de renovar el armario a mitad de precio.

Hay quienes ven el momento colorido Holi de la celebración festiva primaveral hindú como una explosión de amor, alegría y regocijo y otros que lo ven negro (curiosamente los mismos que no ven negro el Black Friday).

Hay parte de los habitantes del planeta tierra que considera el Oktoberfest una fiesta de fraternidad y hermanamiento en torno a la gastronomía autóctona alemana y quien no hace ascos a un codillo con chucrut regado con dos litros y medio de cerveza a granel Pilsen sin saber (ni interés por saber) origen y procedencia de las viandas.


La cara y la cruz de todo lo que nos llega sin haberlo pedido está en la naturaleza humana desde que el mundo es mundo que, curiosamente, también tiene sus luces y sus sombras que coinciden con las horas de sol y el tiempo de nocturnidad.


Puede que sea esa la razón del éxito de la magia. Por un lado, nos sorprende al ofrecernos un espectáculo inesperado y, por el otro, sabemos que tiene más de truco que de inesperado. Por eso, cuando llega el uno de noviembre paso la noche de Todos los Santos entre trago y trago, por si el truco para superar la inesperada realidad me sorprende sin poder hacer nada para evitarlo.

AMOR DE HACENDADO

El amor de mi novia es low cost. Con esto no quiero decir que el amor de mi novia sea un amor de baja calidad, sino que nos conocimos en la sección de ofertas del Mercadona. Nada más vernos surgió el flechazo como cuando ves una novedad en el lineal con promoción de lanzamiento incluida. Concretamente, la chispa de nuestro amor se encendió en la zona de refrigerados (donde hace más frío, curiosamente).

Desde el primer instante, supe que siempre estaría a mi lado como están los tomates Raf de los tomates Cherri, o el pimiento rojo del pimiento verde.

Nada más verla, me convencí de que lo nuestro perduraría como perdura la butifarra retractilada o el loncheado de pavo braseado en bandeja plastificada.

Al primer contacto visual, sentí la misma atracción que se siente al chocar de bruces contra un letrero fosforito de “Dos por uno”, o con uno de “Todo a mitad de precio”. O el impacto emocional que invade el estado de ánimo al tropezar en el pasillo de refrescos con un pack de dos botellas retractiladas de Coca-Cola con una etiqueta adhesiva donde salta a la vista el mensaje: “Indivisible”.

Que el amor está en el aire es algo que sabíamos por una canción de los años 70, pero que en pleno siglo XXI el amor esté entre una góndola de latas de conservas escabechadas y los arcones frigoríficos atiborrados de yogur de mil y una variedades, cuñas de queso de origen nacional y cajas de tetra pack de lácteos apiladas en vertical, es algo que nadie podría haber imaginado nunca por mucho empeño que se ponga.

Supongo que el amor da muchas vueltas y cuando aparece en nuestra vida nos da la vuelta a todo. Incluso un bistec envasado al vacío marca Hacendado hace perder la cabeza al vegano más convencido cuando el amor se cruza en el tercer pasillo de un supermercado de la periferia una mañana de sábado del mes de octubre.