NO ME COMO UN COLÍN

Desde que la dietista nutricionista (perdón por la cacofonía) me prohibió terminantemente la ingesta de pan en cualquiera de sus múltiples formas, estoy hecho un Adonis. Hay que reconocer que la dieta impuesta por prescripción médica funciona a las mil maravillas en perfecta combinación con las horas semanales que paso sin salir del gimnasio.

Además de perder varios kilogramos (diez concretamente), tengo más apetito que nunca. Dicho así suena contradictorio, pero la cruda realidad se acaba imponiendo. Por cada gramo de grasa eliminado gracias a la dieta, brota una nueva hormona dispuesta a reclamar su dosis de sexo diaria. Podríamos decir que el apetito que pierdo por un lado, lo gano por otro. O sea, el volumen que pierdo en la barriga, lo gano en libido en la entrepierna. No me quejo, la verdad sea dicha. Pero nada es lo que parece, del mismo modo que no es oro todo lo que reluce, ni por mucho madrugar amanece más temprano.

En mi caso, a mayor disminución de masa corporal,  acrecentamiento del afán reproductivo. El descenso de peso es inversamente proporcional al incremento de deseo carnal. Pero a su vez, es equivalente a las posibilidades de satisfacerlo. Es decir, resulta más eficaz la estricta dieta que el beneficio sexual que se obtiene ofreciendo un cuerpo escultórico al pecado capital de la lujuria. Y a menos que seas George Clooney o Brad Pitt, ten pon seguro que terminarás en casa mirando porno online para dar de comer a la cantidad de hormonas que solicitan ración diaria de sexo (ya sea digital o manual).

El caso es que llevo más de cuatro meses sin mojar pan (ni en el sentido literal ni tampoco en el sentido figurado), y sin saber si merece la pena renunciar a comer embutido para estar canónico como una escultura de Praxíteles. Así es como veo yo a las mujeres que pasan olímpicamente de mí, con los ojos pétreos. Supongo que así es como también me ve a mí el sexo opuesto, como una estatua.

Lo peor de todo es que ellas nunca sabrán si detrás de cada músculo cultivado a base de horas de gimnasio e infinitos días de ayuno, existe un corazón más blando que la miga de pan que hace meses que no pruebo.

¡¡¡Maldita sea!!! Con lo feliz que estaba yo pesando 10 kilos más.

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