TENEMOS CHICA NUEVA EN LA OFICINA

Tenemos chica nueva en la oficina. Dicho así, suena a cancioncilla barata de anuncio barato de colonia barata, pero en esta ocasión es totalmente cierto: tenemos chica nueva en la oficina. No voy a decir su nombre, pero sí que diré lo mismo que dice el anuncio barato de colonia barata: es divina. Apenas supera los veinte años y en el mes que lleva sentada en su silla de becaria, nos supera a todos en todo. Cuando llega la hora de fichar y todos los nominados (los que tenemos nómina, quiero decir) desfilamos por la puerta de entrada de la oficina con la legaña aún colgando del lacrimal, ella hace acto de presencia con una alegría vital que provoca sensaciones de admiración y envidia a partes iguales. Soy del primer cincuenta por ciento, no sé si porque soy su inmediato jefe o por el escote que luce cada mañana que dilata mis pupilas hasta radios desconocidos del globo ocular. No piensen ustedes con esto último que acabo de decir que soy un viejo verde que aprovecha su posición de poder en el escalafón empresarial para aprovecharse de una subordinada con la clara intención de llevársela al catre, pero objetivamente las blusas de seda vaporosa que venden en el H&M no están diseñadas para mentalidades arcaicas como la mía. Que uno ya tiene unos años y la diferencia generacional puede provocar sobresaltos cardiacos que derivan en infartos de miocardio con resultado de muerte súbita. Ni yo deseo una embolia de órganos vitales, ni tampoco mis dos exesposas, los cuatro hijos universitarios que tuve con ellas (tres con la primera y otro más con la segunda), los tres barmans, el sastre y el camello de cocaína a quienes mantengo cada mes con el sudor de mi frente. El caso es que la divina becaria no sólo tiene revolucionadas mis pulsaciones, también tiene fuera de sí a la media plantilla de machirulos que revolotean permanentemente por el cuarto de fotocopias sin ton ni son. Por no mencionar a los operarios de mantenimiento que nunca habían mantenido nada hasta la llegada de la becaria. Qué casualidad que siempre que hay algo que reparar, la avería se encuentra en el despacho de ella. Cuando no hay que cambiar un fluorescente fundido, hay que revisar los enchufes o comprobar que la moqueta no está más electrizada de lo legalmente permitido. Vamos, que mi despacho de director de servicios al cliente está hecho unos zorros y el de la “niña bonita” está más concurrido que el consultorio de una clínica de metadona. No tengo nada en contra de las becarias, por algún sitio tienen que empezar y si es por abajo mejor, para aprenderlo todo desde la base. Pero partiendo de la base de que ella aún no sabe ni hacer fotocopias por las dos caras, no me explico cómo el presidente de la empresa le ha dado mi puesto y el que hace las fotocopias ahora soy yo. Debe ser porque las únicas cosas que se valora a nivel empresarial son dos: belleza y juventud. Y yo, ni lo uno, ni lo otro. Qué país.

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