EL COLA CAO

Cuando era pequeño, los amigos del barrio que nos juntábamos para empezar las clases tras el verano, éramos los mismos. Como el Cola Cao, que también seguía siendo el de siempre. Era ese Cola Cao que tenía un manual de instrucciones para su correcto uso y disfrute. Más que un manual de instrucciones, era toda una operación de estrategia. Y si te saltabas algún paso a ejecutar, el resultado del mejunje era tan imbebible que debías reiniciar nuevamente el proceso.

Si eres de los míos, de esos que aún llegaron a hacer la mili, sabes de lo que estoy hablando. Primero debías calentar bien la leche. Esa leche de entonces que cuando la nata empezaba a hacer acto de presencia en la superficie era señal inequívoca para ser retirada del fuego. Esa leche que había que ir vertiendo poco a poco y mientras, con la mano opuesta, dejar caer la cucharada de polvo marrón azucarado para finalmente remover lentamente la mezcla. Hasta aquí todo bien. Pero como comprenderás, la maniobra de verter leche con la mano izquierda y remover el engrudo con la derecha se caía por su propio peso, aunque casi siempre era la leche hirviendo la que caía, y sobre los pantalones del pijama. Cuando tienes entre 7 y 12 años, tu cuerpo tiene la facilidad de soportar toda clase de torturas. Desde el picor de las espinillas, al cambio de voz de un día para otro, pasando por la pelusilla en el bigote y hasta lo de quedarse ciego de tanto…tiempo encerrado en el baño. Pero lo que el cuerpo no lleva nada bien, es sufrir una ducha de leche cada mañana al más puro estilo Cleopatra, pero en lugar de leche de burra, leche del SPAR y a 180 grados Celsius. Quizá por eso, todos los amigos de mi generación renunciamos al ritual de remover la mezcla del Cola Cao en cuanto nos dimos cuenta de que con el tiempo las espinillas desaparecían, la nueva voz te hacía más interesante, la pelusilla se convertía en bigote y de darle tanto a…terminaba por agudizarse la vista. Y fue entonces cuando dejamos de ser los mismos y de sentir lo mismo. Si antes había que estar meneando la cuchara tres cuartos de hora, se meneaba. Si había que sufrir un baño de leche hirviendo, lo sufríamos. Todos los amigos del barrio lo hacíamos así cada mañana antes de juntarnos en la escuela y seguíamos siendo los de siempre. Pero hoy, veinticinco años después, cuando por casualidad te cruzas con alguno por la calle, nos ocurre lo mismo que al Cola Cao que anuncian actualmente por televisión: nos disolvemos con más facilidad. Incluso en leche fría.

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