EL AÑO EN EL QUE NACÍ

Nací el mismo año en el que Jorge Luis Borges publicó El informe de Brodie. Cuando Juan Salvador Gaviota se vendía como churros y Ojos azules de Toni Morrison competía por hacerse un hueco en las estanterías junto a Un mundo para Julios de Alfredo Bryce Echenique. A pesar de haber tenido más de 45 años para leerlos, a día de hoy, aún no he leído ninguno de ellos. Podría argumentar un millón de excusas, pero francamente, ninguna se sostendría por su propio peso. Soy parte de esa estadística que dice que en este país uno de cada cinco españoles no leen un libro en su vida, ni siquiera aquellos que nos obligaban a leer en las clases de literatura de BUP o COU (si no sabes lo que significan las siglas BUP o COU, míralo en Google que seguro te lo dice). Y si no los he leído, no ha sido por falta de tiempo o pereza. Simplemente no leo porque no encuentro en la lectura ningún aliciente. Y como no me gusta leer, nado en la ignorancia que, a veces por no decir siempre, es el mejor estado vital en el que se puede vivir. Recientemente, una buena amiga de la infancia me comentó que había vuelto a leer El Lazarillo de Tormes y que había flipado en colores. Que si la historia es fantástica, que si está llena de mensaje, que si el carácter de los personajes es superactual y no sé cuantas cosas más que le han hecho disfrutar de la lectura más que ver un capítulo de Juego de Tronos. Yo la he dicho que mejor me espero a que saquen la película y ella me ha dicho que ya hicieron una en 1960, pero que es mucho mejor leer el libro. También me ha recomendado leer Cien años de soledad de García Márquez, 1984 de Orwell y el Ulises de Joyce. La he vuelto a decir que antes que leer prefiero hacer otra cosa. ¿Cómo qué? me ha preguntado ella. No sé… otra cosa, he respondido yo. ¿Qué otra cosa te puede gustar más que leer? ha vuelto a preguntarme. Pues no sé… otra cosa, he vuelto a responder. Antes de darse la vuelta y volver por donde había venido, me ha dicho que al menos debería escribir, que eso en el instituto se me daba muy bien y que fue lo que la hizo fijarse en mí y que desde que dejé de hacerlo ella dejó de fijarse en mí. Dudo mucho que vuelva a verla de nuevo, a pesar de que he vuelto a escribir desde que me lo sugirió. Y lo he vuelto a hacer para que vuelva a fijarse en mí tal y como hizo cuando estábamos juntos en el instituto. Lo malo es que ahora, que estoy leyendo todo lo que no he leído en 45 años, me he dado cuenta de que mi vida no es la vida que he querido vivir y no sé si después de todos estos años puedo hacer algo para remediarlo. Y eso me pone triste, muy triste. Con lo bien que vivía yo en la ignorancia, joder.

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