A la gente que no le da por pensar le da por escribir un email pidiéndome que lo haga. Los hay tan valientes que hasta me lo envían para después comprobar si he sido capaz de leer lo que me envían, y aún peor si me ha dado por pensar en lo que me piden que piense. Y lo que es aún más grave, si he escrito un artículo sobre ello. Algunos lectores me piden que escriba mi opinión sobre la crisis matrimonial, otros sobre la crisis de los cuarenta e incluso sobre la crisis de la crisis. Cuando leo sus peticiones, lo que me da por pensar es la cantidad de personas que necesitan que alguien piense por ellos. Puede que lo hagan debido a la falta de tiempo consumida por la infinidad de responsabilidades personales, laborales o familiares que deben asumir a diario, o por la falta de capacidad de pensar (que también puede ser). Estoy plenamente convencido que usted, estimado lector/a (en el caso de ser uno de ellos/as) pertenece al primer grupo y nada más lejos de mi intención que cuestionar su derecho constitucional a pensar libremente lo que le dé por pensar. Pero a los que escriben un email para sugerirme pensar en lo que su capacidad intelectual les niega por nacimiento o por herencia familiar, les aconsejo que se abstengan en enviármelo, aún a riesgo de perderles como lectores.

Tanto usted como yo sabemos de sobra lo mucho que molesta que le digan a uno lo que tiene que pensar y más si la sugerencia proviene de alguien con todo el tiempo del mundo para eludir la infinidad de responsabilidades que deben asumir como ciudadanos. Por esa razón, le aconsejo que antes de malgastar su tiempo escribiendo un email pidiéndome que reflexione sobre aquello en lo que a usted no le ha dado la gana en reflexionar, dedique unos minutos de su propia vida a mirar si ha mejorado en algo su vida en los últimos cuatro años, que las elecciones generales están a la vuelta de la esquina y eso sí que merece dedicarle unos minutos de pensamiento y no un email para que lo hagan otros, que es como permitir que alguien sin capacidad intelectual nos gobierne. Ahí lo dejo, para que lo piensen.