CONQUISTAR AL AMOR
Lo difícil lo hacemos de inmediato, lo imposible nos lleva un poco más de tiempo. Por eso, hacer las cosas bien exige dedicación, o como decía Napoleón Bonaparte a su asistente cada mañana antes de presentarse a sus generales: «Vísteme despacio que tengo prisa». Puede que el autonombrado emperador supiera que llevar los botones bien abrochados resultaba tan importante como llevar a Francia a la conquista de Rusia. También sabía como emperador que fue, que la conquista es una virtud que conviene desarrollar cuando la empresa es de gran envergadura como lo es invadir un país o lo es ir bien vestido a un acontecimiento.
A falta de empresas de gran envergadura como invadir un país, me estoy vistiendo para conquistar a la mujer con quien me he citado esta noche. Napoleón lo tenía muy fácil porque siempre vestía casaca de general, capa de emperador, corona de emperador y cetro de emperador, lo que le hacía ganar muchos puntos de ventaja. Pero yo no sé qué ponerme para mi cita de esta noche y eso me está haciendo perder mucho tiempo, algo de vital importancia en toda estrategia de ataque. Dicen que la primera impresión es la que cuenta, algo que también comprobaba Napoleón en sus propias carnes cuando disimulaba su metro sesenta y nueve de estatura con unas alzas en las botas que lograban elevarle a la altura de los labios de María Luisa de Habsburgo-Lorena. Pero tampoco es mi caso, ya que supero el metro ochenta y no dispongo de ropa militar desde que acabé la mili allá por el año 89 del siglo pasado (fui voluntario, por cierto).
El caso es que como siga perdiendo el tiempo en decidir el color que mejor combina con el tono bermellón de mi timidez, voy a acabar como Napoleón, o sea, abandonado y más sólo que la una. La única diferencia es que yo no lo haré en un lugar de una isla frente a la Toscana italiana con vistas al mar Mediterráneo, sino en un piso de alquiler de 35 metros cuadrados en el centro del barrio de Lavapiés. Qué complicada es la conquista del amor.