FASHION VICTIM
Dicen por ahí que hay que vestir bien todo el tiempo, porque si mueres de repente, la ropa que lleves en ese momento será tu ropa de fantasma para la eternidad. Desconozco por completo cuánto de lo que se dice por ahí es cierto, pero todo cuanto dice este dicho me lo creo, hasta las comas.
El otro día visité por primera vez el recién inaugurado Primark en la calle Gran Vía de Madrid. No voy a explicar lo que es el Primark porque sé que todos ustedes han pasado por allí para llenar el armario propio o el de sus descendientes. Los que no han tenido oportunidad de hacerlo por impedimento de la distancia, sé que Primark tampoco les es desconocido y menos aún desde que los envíos son gratuitos a cualquier parte del territorio español por compras realizadas a través de su página web (incluyendo las islas Canarias, que nunca sé si están en territorio español o sólo existen en una esquina del mapa, abajo a la izquierda).
Como iba diciendo, el otro día entré en el Primark de 5 plantas de Gran Vía, y tras recorrer todas y cada una de ellas varias veces, salí por la puerta con dos abrigos de caballero, tres camisas de temporada, un par de pantalones, dos “floral leggings”, cuatro blusas talla M, dos pares de zapatos de fiesta, tres vestiditos infantiles (tonalidad frutos del bosque que por lo visto es la tendencia de este invierno), un conjunto de ropa íntima con estampados “animal print” y un pintalabios burdeos que sumé al total adquirido mientras esperaba a pagar en la cola de las cajas.
Si tuviera mujer e hijos, podría asumir y comprender la adquisición de ropa para ella y ellos, pero lo más contradictorio es que no tengo ni mujer ni hijos. Aún así, caí en la tentación de llenar el carrito de la compra con ropa innecesaria para personas innecesarias en mi vida de soltero por necesidad.
He de reconocer que había entrado tres horas antes con la única intención de satisfacer la curiosidad personal y aproximarme a la razón que conduce diariamente a miles y miles de personas al placer de consumir por consumir. Lo que jamás pude imaginar es que las palabras “oferta”, “promoción”, “desde”, “hasta”, “por sólo”, “rebaja” y “promoción”, así como los números de sólo dos cifras para un abrigo de caballero o de un dígito para unos pantalones tuvieran tanto poder de atracción para mí como para la inmensa mayoría de los mortales que habitamos las tierras entre Winterfell y Desembarco del Rey.
Una vez en casa y tras recuperar la cordura, he decidido regalar toda la ropa a la familia de un buen amigo que lleva desempleado casi un año. La ropa infantil le vendrá muy bien a su hija Lucía de año y medio. Y a su mujer Marta, las blusas, que por la hechura tiene pinta de gastar una talla 38.
Por suerte, los “floral leggins” son de mi talla y el conjunto de lencería “animal print” no me queda nada mal (la verdad sea dicha). Eso sí, como me de un patatús en este preciso instante voy a ser el fantasma más “fashion” de toda la eternidad.