MENTIR POR MENTIR
Tengo por costumbre mentirme a mí mismo. No lo hago con la intención de autolesionarme, ni tampoco por perjudicar a nadie de mi entorno ya sea cercano o lejano. Lo hago porque la mentira siempre recibe mejor aceptación que la verdad.
Cuando era niño, me libraba del castigo del profesor cuando no hacía los deberes de matemáticas. Para sortear la reprimenda, mentía diciendo que se los había comido el perro. Si tú no tienes perro–arremetía el profesor. No tengo perro porque no tengo dinero para darle de comer, si lo tuviera tendría varios perros y de distinta raza–respondía yo. Y el profesor se apiadaba de mí al descubrir un corazón lleno de bondad (pero también lleno de falsedad y en bastante mayor medida, todo sea dicho).
Con el paso de los años fui perfeccionando el arte de la calumnia. Con malas artes finalicé la carrera universitaria con honor Cum Laude. Inflando el currículum conseguí entrar a trabajar en una empresa multinacional en la que fui escalando puestos a medida que subía la escalada de engaños y argucias. Con el paso de los años y la experiencia que otorga la madurez, me convertí en un gurú del timo. De hecho, viajo alrededor del mundo ofreciendo conferencias a cinco mil euros cada una, hablando de aquello que no sé ni me importa.
El éxito del ardid es de tal calibre que tengo espectáculo fijo en un casino de las afueras de Madrid cada quince días (incluido fiestas y vísperas de fiestas). También he escrito varios bestseller que son un superventas en la sección de autoayuda de El Corte Inglés. Y el ultimo libro publicado lleva seis meses entre los cinco más vendidos en Amazon (por delante incluso de Paulo Coelho).
El inconveniente de mentirse a sí mismo con tanta credibilidad es que nunca llego a saber a ciencia cierta cuánta verdad existe en todo lo que me digo. Por ejemplo, decir que soy un éxito de ventas en Amazon, en principio suena realmente de maravilla hasta para mí. Pero dinero, lo que se dice dinero, todavía no he visto un euro ya que entre comisiones, royalties, impuestos, primas, derechos legales y demás costes, lo que queda finalmente es servido por comido (o como se diga).
Eso sí, mientras nadie se entere de que es mentira, soy «ese autor de éxito que lo peta en internet» y continuaré cobrando conferencias a cinco mil euros por una hora y media de patrañas para oyentes que confían a pie juntillas en cada palabra que sale de mi boca y entra por sus oídos.
Al final, la mentira es mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha. Por lo tanto, de lo que oigan por ahí, no se crean la mitad (y de lo que lean, no se crean nada de nada).