LA VIDA DE OTRO
He escrito mi nombre y apellido en el buscador de Google y me ha salido otro Juan Carlos Monroy que no soy yo. Para mis familiares, mejores amigos y unos pocos conocidos soy alguien único. Pero resulta que existe otro que no soy yo y que ellos desconocen como desconocía yo mismo hasta hace unos días.
Como la curiosidad me corroe de modo constante desde que tengo uso de razón, llevo semanas siguiendo los movimientos de Juan Carlos Monroy en la red (no mis propios movimientos, sino los del otro Juan Carlos Monroy). Ahora es muy fácil seguir el rastro de terceras personas gracias a las directrices marcadas por los gurús de internet y sus endiabladas combinaciones logarítmicas en permanente actualización y mejora. Además, con la omnipresencia de todo tipo de redes sociales en la nube vital en la que habitamos todos (incluido usted), resulta sencillo, accesible y sobre todo económico saber donde pisa cada uno y conocer el número de pie con el que lo hace.
Ya no es necesario recurrir a detectives privados ni a agentes encubiertos para monitorizar los movimientos de fulanito o menganita. Basta con tener un monitor de 24 pulgadas y ya cada uno monitoriza a quien considera sin salir de casa, ni levantar el dedo del ratón ni el culo del sofá.
Tras dos semanas y un día de seguimiento incesante, he constatado que mi otro yo es muy diferente a mí en todos los aspectos. Somos almas opuestas. Agua y aceite. Sol y luna. Noche y día. En sus perfiles sociales afirma que es vegano, ateo convencido, que su color favorito es el negro y que elige la montaña antes que la playa como lugar de vacaciones. Además, escucha a Bach, lee con frecuencia ensayos de filosofía aristotélica y viste de sport los fines de semana. Estoy flipando. Cuanto más descubro sobre él, menos soy yo.
Sin embargo, el nivel de antagonismo se rompe por completo cuando menciona sus gustos afectivos y describe con todo lujo de detalles el sentimiento amoroso que le une a quien más ama. En ese aspecto la coincidencia es del 99,9%. Somos tan sumamente compatibles que hasta amamos a la misma mujer. Avatares de la vida.